31 de agosto de 2010

Un Nobel ante el espejo (i/ii)


John Maxwell Coetzee me había fastidiado un tanto en los últimos libros que había leído de él. Frente a Desgracia, Esperando a los bárbaros, o Vida y tiempo de Michael K, los escritos en que Coetzee hacía aparecer a la extraña Elizabeth Costello me parecieron literatura cansina. Parece que Coetzee reconoce que se le ha acabado la capacidad para la ficción. Su personaje de Diario de un mal año lo menciona directamente, que tiene que escribir opiniones (supuestamente ‘fuertes’) porque ya no puede conseguir la concentración necesaria para una historia ajena completa y compleja, a pesar de seguir teniendo la necesidad de escribir. Y Elizabeth Costello o Slow Man ya mostraban esto. Un cierto camino agotado en que Coetzee parecía tender a acabar como el típico escritor engreído y enfadado de la Nueva Inglaterra que invariablemente encuentra el amor –o al menos la satisfacción- de jovencitas… Pero estoy seguro que una comparación con Updike o Roth no sería de su agrado.

Coetzee no ha abandonado el hemisferio sur aunque haya viajado de Sudáfrica a Australia para establecerse. Pero parece que sí ha abandonado la novela como tal, o, mejor dicho, está retorciendo otros géneros para ficcionarlos como novelas, dando giros inhabituales a las posibilidades del cambio de punto de vista. En Diario de un mal año se trata de la forma más fácil de ensayo: el simple vertido de opiniones sobre temas digamos serios de la actualidad. Con una profundidad variable según los temas, con una documentación poco exhaustiva, como lo que cualquier opinador semiinformado podría dar hoy en un blog (modelo actualmente más extendido e interesante antropológicamente que el tertuliano de radio, al que empiezo a considerar superado). Coetzee, o su alter ego, dice con frecuencia cosas hermosas o suelta opiniones interesantes y muy lúcidas, pero también se pone demagogo y a veces dice tonterías.



Todo ello no es lo importante o realmente interesante en el libro -aunque a quien no haya leído a Coetzee con anterioridad le pueden llegar muy bien-, sino que esas opiniones están dadas por un octogenario que las dicta a una cinta para que una joven y atractiva vecina las transcriba. El hombre sufre un (predecible) interés por la muchacha, que no le corresponde aunque le respeta, y que tiene un novio tiburón de las finanzas que se ríe de la situación y planea aprovecharse del anciano. Y a la vez que leemos las opiniones de este, en la misma página Coetzee escribe una pequeña ficción sobre cómo vive la pareja la relación con el anciano, de modo que puede verse la evolución de este triángulo de manual de folletín desde tres puntos de vista. Puede escogerse leer cada una de las partes en solitario, pero curiosamente se vuelve aburrido. Sin embargo, comprobar la evolución de las opiniones en las personas, su modo de ver la vida y de comportarse, y al revés, es peculiar y atractivo, y fluye bien. La sensación de leer tres textos a la vez es grande, y, aunque existen, los paralelismos e influencias directas entre las opiniones y la historia de las tres personas son sutiles y no obvios, lo cual es muestra de buen oficio. Queda como idea del propio Coetzee en contra de sí mismo que no es posible opinar sin el mundo alrededor (o lo que es lo mismo, que todas sus opiniones descreídas e importantes cambiarían seguramente si pudiera consumar con la muchacha). Y al revés, claro, aunque esta ya no es una ‘miseria’: la vida está influenciada por las opiniones de intelectuales y demás teóricos de por dónde debe ir el mundo. Es una buena idea, fascinante por momentos, de ejecución arriesgada, y de resultados apetecibles. La simplicidad de la historia y su escasa profundidad es la que permite que el libro sea así, y es coherente con los personajes, y puede considerarse que no hace al libro grande; sin embargo, precisamente el contraste de esta humana frivolidad con la seriedad de las opiniones del autor es lo que puede argumentarse como especialmente conseguido. Un Nobel que se sitúa al borde, sí señor…


Coetzee frente a sí mismo (vía Lector Malherido)


14 de agosto de 2010

Ante todo hemos perdido a un poeta...


A veces, la vida de Pier Paolo Pasolini parece sesgada y sólo interpretable por el último hecho de la misma, su asesinato, cuya sombra se extiende dando significado no sólo a su vida, sino también a su obra, ambas de por sí vastas. Pocas veces me ha convencido la obra de esta figura mítica –más allá de Saló y de El evangelio según San Mateo-, y por ello su muerte, que en noviembre de 2010 hará 35 años, siempre me supone preguntas: ¿Son la imagen y el destino de Pasolini más convincentes que su obra? Si hubiera sobrevivido, ¿estaría ahora pasado de moda? ¿Sería, en estos tiempos oscuros que él siempre previó, un viejo comunista a la manera bufa de Fo o a la manera arisca de Saramago?

El caso Pasolini. Crónica de un asesinato es un brillante comic de Gianluca Maconi, que utiliza el reportaje –no a la manera de Joe Sacco- y la poética para intentar comprender los sucesos del 1 de noviembre de 1975. La trama pasa por los sucesos estrictamente narrativos: la entrevista con el periodista, la cena con su joven amigo Ninetto Davoli, y su encuentro con el chapero Giuseppe Pelosi, que termina en un asesinato poco claro que dio lugar a juicios e investigaciones cuestionados. Pasolini era una figura con vocación polémica y controvertida, en una Italia especialmente confusa. Pero el poder de su polémica residía en la lucidez de sus ideas y la base intelectual en que las apoyaba. Que hombre, política y arte no podían disociarse en su visión parece claro. Y en esa última entrevista inacabada recogida en ‘El caso Pasolini’ su luz no dejó de alumbrar. Ideas como que la educación basada en la posesión nos convierte a la vez en víctimas y en verdugos, o que la muerte viene a ser la sala de montaje de la vida, no sólo resultaban premonitorias de su avatar o del devenir social, sino que daban idea de su potencial en los diferentes campos.


Pero su camino no se realizaba sin dudas. Leído tantos años después de escrito, el también inacabado poema Who is me. Poeta de las cenizas, se revela como una autobiografía en poema que relata su vida, explicando las razones de algunos de sus cambios (como que hacerse cineasta fue una manera de huir de Italia, ya que anteriormente sólo se expresaba como poeta y necesitaba la lengua que irremediablemente le unía a Italia, mientras que el lenguaje del cine es universal), pero que en cierto modo se recrea en la persecución continua que sufrió a causa del compromiso público con sus opiniones y modos de vida. Una persecución que como hombre concreto es desde luego, comprensible, y que sometía a persona sensible como él a tensiones profundas que intentaba resolver con una coherencia colosal.

Tal vez los años han cambiado la perspectiva y han cansado incluso a los enemigos, que ahora seguramente no se centrarían en una figura única así. Pero El caso Pasolini es un gran libro, en el que desde la portada Pasolini ya se sacrifica a los tigres que le rodeaban en aras de un pesimismo existencial. Su comunismo es a la vez humanista (y busca la sencillez de la vida) y filosófico/intelectual, impregnando su vida y sus opiniones de trascendencia que hoy, con las ideologías muertas, resultaría inaceptable por pedante/elevada para una opinión pública a la vez más formada y embrutecida. Y el cómic utiliza informes periodísticos, judiciales, las noticias, el discurso de Moravia en el funeral, y hasta los propios proyectos personales de Pier Paolo Pasolini (su película nunca rodada sobre la India) para, si no explicar, sí al menos sentir intensamente el momento.




6 de agosto de 2010

Los Laidlaw y el tiempo

El castillo de Edimburgo, según la foto de Wikipedia


‘El tremendo latido de la sangre propia’ lleva a Alice Munro a escribir esta novela dividida en relatos, el libro que dio mayor fama a la escritora canadiense, previo a su premio Man Booker de 2009, y que es el primero que leo de ella. El latido comienza en Castle Rock, el peñasco donde se asienta el castillo de Edimburgo, donde la autora viaja a buscar los trazos de sus antepasados. En el siglo dieciocho, los que (todavía) no emigraban a América veían, subidos a los promontorios del castillo, como los barcos con sus familiares se alejaban rumbo al océano.


La vista desde Castle Rock se estructura en capítulos aparentemente independientes que recogen episodios concretos de la historia familiar de varios antepasados de la autora. La narración avanza de manera cronológica y continuada, y cada capítulo es más o menos independiente; no ningunea los capítulos anteriores pero estos no son esenciales para captar el sentido de cada capítulo individual. Sí lo son, sin embargo, para captar el sentido general del libro, la búsqueda de una vida mejor representada en el paso del espíritu pionero que surge de una sociedad antigua y agotada a una moderna, en la que la narración de la propia vida de la autora representa un presente de estabilidad física, psicológica y, por supuesto, narrativa.

Munro era ya una autora mayor (nacida en 1931) al publicar La vista desde Castle Rock en el año 2006. Obviamente es un legado autobiográfico que revela su interpretación de su propia vida como eslabón en una cadena familiar. Tal vez lo más interesante sea el proceso por el que se conforma una psicología mediante la comprensión del pasado, y como esa comprensión llega con los años. Munro parece necesitar conocerse ‘genéticamente’ para explicarse ‘culturalmente’. Y, por supuesto y afortunadamente, no subraya ni le interesan los llamados valores de la institución familiar.

¿Por qué este tema apasiona tanto a la literatura norteamericana, mientras que en la europea actual las sagas familiares, su origen y su devenir histórico, no son una obsesión literaria? Europa y las gentes que practican su cultura tal vez viven con el peso de una Historia larga que les sustenta culturalmente, pero que también es cercanamente traumática y no necesariamente reflejo de una supervivencia debida al riesgo o la aventura, sino más bien al miedo y a su prima la burguesa prudencia. Pero, por otro lado, la obsesión por las raíces y la familia es frecuente en el norte del continente, y creo que puede afirmarse que mucho menos en la literatura sudamericana.

Munro consigue su objetivo por la honestidad de su método, que no se detiene en estos devaneos intelectuales y responde, sin más, a la sangre. La cotidianeidad de los hechos que narra, apoyados en la suerte de haber encontrado la huella de sus abuelos y tatarabuelos –alguno también hombre de letras- permite un acercamiento a la vida alejado de fuerzas dialécticas que sobrepasen a los personajes, si bien el pasado pionero a veces parezca teñido de leyenda. Alcanza además momentos de lirismo y emoción muy disfrutables, a pesar de la sensación de predestinación que no abandona la narración una vez entendido el mecano, y que es mucho más ágil y cercana mientras no es la propia Munro la protagonista.



Alice Munro, vía scriitorului