25 de septiembre de 2011

Cambridge y sus hombres



Si hay un escenario histórico al que no puedo resistirme es el Oxbridge de, especialmente, principios del siglo XX. Forma parte de mi educación emocional (especialmente por el exagerado peso que en un momento dado me tuvo el Maurice de E.M. Forster), pero también de la fascinación por los sistemas y lugares educativos milagrosos y llenos de genios que siempre miré con inocente e ingenua envidia. Que David Leavitt haya acabado ambientando una novela en ese Cambridge tampoco es tan extraño. Él es americano, pero ha ambientado muchas de sus historias en la Europa que le acogió cuando tuvo sus problemas de plagio. Y la homosexualidad entre los notables científicos y pensadores de los colleges era un fenómeno no desdeñable para alguien que ha hecho de la temática homosexual en contexto histórico un valor. También creo que superado su ajuste de cuentas con el fenómeno del plagio con laestupenda El cuerpo de Jonah Boyd), Leavitt novela con toda la intención un hecho real, y añade aparentemente sin ironía una nota final en que especifica sus principales invenciones en la trama.


 
El contable hindú del título es, por tanto, un personaje real, Srinivasa Ramanujan, un genio de las matemáticas que desde 1913 y durante la I Guerra Mundial trabajó en Cambridge, invitado por el matemático G.H. Hardy, otro personaje real y protagonista auténtico de la novela, afamado matemático del Trinity College que tuvo amistad con Bertrand Russell y que conoció a con hombres como Ludwig Wittgenstein o D.H. Lawrence. La trama escoge una estructura moderna ahora habitual: el profesor Hardy da una conferencia en Harvard en 1936 recordando la figura de Mr Ramanujan, convertida en mito por su capacidad matemática, pero también por su carácter pionero (el primer hindú que consiguió ser fellow de Cambridge), su exotismo, y su muerte prematura. En su conferencia, Hardy abre una línea imaginaria en la que decide narrar cronológicamente los hechos y, especialmente, su trastienda, con dos intereses principales: reflejar la vida y posicionamientos intelectuales ante el fondo de la IGM en que se desarrolla la historia, e indagar en la cotidianeidad oculta de la vida de los sabios de Cambridge, con un foco obvio en la homosexualidad y las sociedades secretas.




Srinivasan Ramanujan es una gloria nacional en la India (su sello, vía Ciudadanos de R'lyeh)


Creo que Leavitt triunfa en ambos puntos. El primero lo consigue con documentación, claro, pero su uso es lógico y soporta la historia, en lugar de ceder a la tentación de episodios informativos tan del gusto de la novela histórica, y sin dejarse arrastrar por la presencia (a la vez atractiva pero literariamente peligrosa) de personajes reales famosos en la novela. El segundo lo consigue gracias a la depuración psicológica del personaje central, un homosexual británico, de educación obviamente represiva, emocionalmente frío, ateo convencido, y que a sus 36 años se ve ya como un hombre maduro para el que el tren ya ha pasado, a pesar de vivir en una estación, Cambridge, adecuadísima para volver a tomarlo cada año. Leavitt, en su juventud, escribía sobre jóvenes que aunque con trazas de represión familiar, conseguían su liberación personal en sociedades urbanas actuales, pero la comprensión y análisis de la introspección sexual de Hardy, para los que este mundo sería muy marciano, son excelentes.


Más inglés no se puede ser. El profesor Hardy según la foto de su entrada en wikipedia

La novela, como parece obligatorio decir en tramas de tan fuerte trasfondo homo, no es sólo eso. También hay un papel destacado para la visión colonialista de la India, el paso intelectual a la racionalidad científica de principios del siglo XX, o la vida de las mujeres y su servicio en la IGM. Un aspecto que no puedo calibrar del todo es el de las formulaciones matemáticas que el ingenio de Ramanujan y la sistemática de Hardy llevan al texto. He comprobado con sencillez algunas y otras me superan, al menos ahora que tango olvidados los estudios de cálculo. No sé si Leavitt tiene formación académica en Matemáticas y hasta qué punto ha tenido que aprender o asesorarse, pero el reto parece, de entrada, grande. Además, su uso dramático es bueno, aunque su comprensión no resulta imprescindible para el lector lego. De la gloria de Ramanujan pueden dar fe suentrada en Wikipedia, o, por ejemplo, que su legado aún es objeto de investigación y publicaciones enrevistas como Scientific American.


Encuentro ecos de este libro en varios de mi gusto, algunos de reciente lectura, y por ello los dejo aquí constatados ya que quien guste de The Indian Clerk bien los puede apreciar: el Logicomix de varios autores que ya comenté en este blog, en el que precisamente Bertrand Russell explica su vida mediante una conferencia, An Equal Music, de Vikram Seth, y, por supuesto, los libros de E.M. Forster, no sólo Maurice, sino también los ecos coloniales de Paisaje a la India.


Falta sólo agradecer mucho a Daniel el descubrirme el libro (sólo publicado en España hace nada) con el entusiasmo que merece, y el haberme conseguido un ejemplar. Daniel es escritor, y en su blog podrán seguir suslecturas y críticas, que son concisas y aclaradoras frente al desparrame verbal, qué les voy a contar, de este blog.

David Leavitt, vía Identity Theory




11 de septiembre de 2011

Del tebeo a la novela



Dos recuerdos principales me ha supuesto la lectura del ensayo histórico La novela gráfica, de Santiago García: uno es una antigua historia del cómic publicada por fascículos en la revista semanal de El País, a finales de los ochenta, titulada, Cómics clásicos y modernos, y que a mí me sirvió para conocer cosas que el azar de la tebeística no había dejado caer en mis manos (qué sé yo, fue emocionante descubrir a Milton Caniff o a Little Nemo). Hoy en día también serviría para entender la deriva de la aportación cultural de los grandes diarios españoles, pero eso, aunque pudiera incluso tener que ver con la historia del cómic, es otro asunto.




El segundo recuerdo es una generalidad de la juventud de aquellos tiempos: el lugar común de que los tebeos, los tebeos infantiles y juveniles específicamente, habituaban al niño al hábito de fascinarse por la obra impresa; y de ahí le ayudaban a pasar a la lectura, a la prima mayor que era la novela, y ganaban al niño para eso que la tradición indica que no se hace en España: leer. Este tránsito es y fue siempre una generalización, y yo lo sabía incluso antes de conocer la historia del precode (les pongo ejemplos muy bien explicados cortesía del blog ausente). Mi padre, por ejemplo, siguió leyendo (y disfrutando a carcajadas) Mortadelos hasta bien entrado en la sesentena. Pero yo cumplí bien la llamada de la lectura y, en efecto, a principios de los ochenta empecé a cambiar los jabatos y truenos por Los tres investigadores y por Agatha Christie, y… bueno, aquí estamos.



El fenómeno de la novela gráfica desborda completamente ese supuesto tránsito. Más allá de la falacia que afirma que los adultos no leen cómics, desdeñar éstos por infantiles ante el torrente que desde hace veinte años vivimos es ridículo e ignorante, y, sobre todo, un motivo estúpido para perderse un producto cultural completamente ligado a nuestro tiempo y forma de consumo. Producto que ha conocido relativamente pocos ensayos, y que es el concepto alrededor del cual Santiago García ha articulado brillantemente su libro. Porque, en efecto, desde un principio y para evitar el juego de las definiciones (cómic, tebeo, historieta, cómix, revista gráfica, comic book, novela gráfica), García acota su investigación con la consideración de que el cómic es un producto sometido desde su inicio a su medio de publicación, y que este hecho ha condicionado su historia como arte hasta el punto de que todos sus cambios, por consideraciones artísticas que pudieran tener, han sido siempre respuesta a situaciones de crisis de su industria. Un juicio éste que somos capaces de ver claramente también en la música, o en el cine, y que está empezando en la literatura.


Con Maus parece empezar todo, aunque fuera un proyecto que llevaba años gestándose.


Como ensayo, el libro de Santiago García es interesantísimo y está excelentemente escrito. La historia del cómic es necesariamente también la historia del siglo XX (voy a ver aquí una conexión con Alex Ross), y su final anunciado en forma de novela gráfica (al menos hasta 2010, año de publicación) da a esta historia el pulso narrativo que insta al lector a conocer cómo hemos llegado a Maus, a El arte de volar, a Fun Home, a Ice Haven, a 300, a From Hell. Santiago García lo hace además entretenidísimo, apoyado en las referencias visuales de los cómics comentados (que además sirven para entender que un cómic necesita un modelo de análisis que sepa incluir tanto lo literario como lo visual), y ayuda a entender los entornos histórico, industrial y artístico implicados en la evolución del cómic, cuyas puertas abiertas actuales son un campo de propuestas seguramente muy sorprendentes en pocos años. Una imprevisión ante la cual el propio autor se excita.

El viaje al infierno en busca de Jack el destripador es una de las obras maestras incontestables de la novela gráfica

Si puedo discrepar en algo, o creer que algo le falta al libro, sería la ausencia del posiblemente siguiente cambio en el cómic como producto, que es lógicamente Internet y su influencia; están ausentes del libro, aunque yo creo obvio que su peso en el último lustro tanto en difusión como en el fenómeno crítico popular de los blogs debe ser objeto de análisis. Por otro lado, tal vez más personal, me sorprenden algunas cosas, como el hecho de que Alan Moore no merezca más análisis (aunque es una figura de difícil racionalización en un ensayo histórico general), o en general el gran salto que se produce en el libro en el devenir del cómic europeo, cuya participación en el continuo histórico de la novela gráfica queda para mi gusto algo reducido. Entiendo que se debe a motivos históricos, aunque, por qué negarlo, tal vez la frustración (mínima) proceda de haber sido lector infantil de Jabato, Superlópez, Astérix y otros cómics europeos, y no de DC o Marvel. ¿Por qué no me comprarían esos tebeos mis padres?

Santiago García, vía El boomerang

1 de septiembre de 2011

París, 1960

El París de los años sesenta del siglo pasado es posiblemente el último París mítico, el último anterior a la globalización mediática y turística, el último en que una fuerza cultural local abrió vías artísticas nuevas, combinó cosmopolitismo y ruptura con la tradición, e incluso formó parte de un movimiento social de repercusión mundial del que salió un borrador del canon de las relaciones sociales de fin de siglo, que hasta hoy es válido. Un París al que tal vez merezca viajarse desde un futuro idealizador y falto de referentes como los de Midnight in Paris


 París, 1960



A ese París viaja Jean-Michel Guenassia en El club de los optimistas incorregibles, un libro que no me he cansado de recomendar, aunque me hayan respondido que tiene un título difícil (sé que quieren decir idiota o incluso adolescente, aunque, en fin, en materia de títulos debería haber tratados) a cualquier buen lector que se me haya cruzado. Cuenta la historia de Michel, un muchacho de 13 años, durante la primera parte de esa década, en la que los azares de la vida adolescente le hacen entrar en contacto con un grupo de refugiados de la Europa comunista que se reúnen socialmente –y especialmente para jugar al ajedrez- en la trastienda de un bar de París. ¿Quién puede resistirse al torrente de historias de rusos exiliados que deben trabajar como taxistas en París y que huyeron por diferentes causas del país de los soviets? ¿A sus trifulcas por haber quien renuncia al comunismo y quien renuncia sólo a quienes lo ejercen mal? En esta novela hay ingenieros petrolíferos que llevan la contabilidad de un gremio de tenderos, actores húngaros mariquitas, médicos de prestigio, un griego ateo exiliado casado con una beata española, y un piloto de avión gran maestro de ajedrez que se atrevía a contarles chistes de Stalin… ¡¡a Stalin!!... Un club por el que también se pasa Jean Paul Sartre, como figura intelectual occidental cuya no renuncia al comunismo ortodoxo no le parecía incompatible con ayudar económicamente a los exiliados ideológicos del régimen comunista...


 Tito Stalin nunca ríe




Estos ecos de Koba el temible (con la que comparte el escenario de análisis de la intelectualidad de Occidente ante el comunismo, y el reflejo del peculiar humor ruso que ademásrodeó perversamente el estalinismo) no son sino uno de los elementos principales de la novela, que a través de Michel desarrolla este leitmotiv a la vez que construye la historia de su familia. Aunque el libro no abandone nunca el entorno y la ambición histórico-cultural: la familia de Michel se ve dividida bajo el fuerte impulso de la división francesa ante el conflicto de Argelia. La magia de este libro procede del engranaje sabio de los elementos: al humor de las peripecias de rusos comunistas en París (y es difícil no pensar en Ninotchka) se suman la subnovela de espías en que estos rusos expertos en huídas difíciles asesoran a quien quiere abandonar Argel; la comedia de familia latina mal avenida que incluye al pillo adolescente que bien hace pira para estar con la novia de su hermano, bien es lector empedernido que asiste asombrado al estreno de Al final de la escapada (y es difícil no pensar en Antoine Doinel); o la simultaneidad de historias construidas paralelamente en un edificio que aunque no es novedoso, está muy bien ejecutado: su ligereza aparente de ironía continuada y su profundidad sutil me han recordado (bien) al mejor Vargas Llosa.

No sé quién es Jean-Michel Guenassia. Leo que es crítico y que ésta viene a ser su primera novela, aunque sea de madurez. Por edad, parece claro que retrata el París de su juventud, y que puede haber tintes autobiográficos. Y no es que la novela no tenga sus cosas de primerizo (aunque tienen su encanto), pero es obvio que es alguien que ha pensado y vivido antes de haber escrito.

Jean-Michel Guenassia, vía Nerrati