28 de diciembre de 2014

Camisas viejas



Durante muchos años, en la estantería de libros de historia de la familia, estuvo este libro de Stanley G. Payne, Falange. Historia del fascismo español. Un libro que yo sabía histórico (se publicó en París en 1965 en una editorial del exilio cuando el autor tenía sólo 31 años, aunque la edición en casa pertenecía a una colección de libros de historia editada en 1985, donde compartía autoría con gente como Claudio Sánchez Albornoz, Hernán Cortés, Alfred J. Toynbee o Leon Trotsky), y que imaginaba revisionista dadas las peculiaridades de la Falange como movimiento fascista de los años treinta. Con los años no he seguido la pista de este hispanista norteamericano, hasta que hace poco oí que había hablado o escrito en favor de Pío Moa. Sí, resulta ser uno de los historiadores que no ha denostado todas sus conclusiones, en una especie de competición en la que otros hispanistas como Henry Kamen o Hugh Thomas parecen coincidir en parte, pero no así Paul Preston y la gran mayoría de historiadores españoles, que es público y notorio que han denunciado no sólo sus trabajos, sino también sus formas. Wikipedia lo explica así al día de hoy. Payne publica en ABC y El Mundo.

Dionisio Ridruejo (vía)

Una polémica como esta podría enturbiar el juicio que este libro estupendo merece. Pienso en Stanley G. Payne viajando a España a finales de los cincuenta y entrevistándose con los camisas viejas de la Falange que aún vivían y además querían hablar del nacimiento, crecimiento y vampirización del fascismo ideológico en España, recogiendo las demás fuentes de interés y escribiendo esta tesis doctoral, y denoto un gran interés en el proceso. Las conclusiones de su libro no son precisamente favorables para el franquismo, en todos los sentidos debidos, pero sí una explicación de las razones de su triunfo no ya en la Guerra Civil contra la República, sino en el propio sindiós que eran las fuerzas políticas de la derecha, que, contrariamente a lo que suponemos, ni estaban monolíticamente unidas en lo político ni en lo social, ni se tenían un especial respeto que digamos. El franquismo diluyó todas esas facciones bajo la necesidad de la guerra contra el enemigo común (ya saben, el comunismo, el anticlericalismo, los nacionalismos disgregadores) y con la fuerza militar de un ejército que tuvo la suerte de que su ayuda exterior se inmiscuyó menos en la política de su facción que en el otro bando, y salió de ella en un vacío ideológico que sin dar lugar a un régimen monárquico ni nacionalsindicalista, ni mucho menos carlista, agotó a todos ellos en el esfuerzo bélico, prescindió de los mismos cuando fue necesario (por ejemplo, cuando el nazismo decayó en Europa), y aplicó una tabla rasa común de Iglesia Católica y unidad nacional sin más que sobrevivió cuarenta años bajo una represión militar aferrada a un hombre sin atributos.

Ramón Serrano Suñer (vía)

Aunque el libro no lo exprese así, la Falange en toda esta historia parece un tonto útil. Un partido surgido de varias personalidades que aunaron una ideología fuertemente nacionalista, que preconizaba la necesidad de un carácter autoritario del poder para asegurar la continuidad de la nación favoreciendo un sindicalismo nacional que impidiera a las fuerzas obreras caer en la lucha de clases, pero eliminando los privilegios de las clases económicas desarrolladas, incluyendo el poder económico, la monarquía, y la derecha de clase tradicional que se aprovechaba de las estructuras políticas y económicas. Y del mismo modo que la personalidad inexistente de Franco delimita en la Historia el alcance de las opciones nacionalistas y totalitarias en la postguerra europea, la figura de Jose Antonio Primo de Rivera, dibujado como un personaje contradictorio, define con su personalidad las características de estos movimientos imposibles. Él era hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, por lo que no soportaba personalmente a los monárquicos ni a las fuerzas de la derecha que le dejaron caer y le despreciaron. A la vez, creía en un destino histórico nacional e intentó con denuedo acercarse a las fuerzas obreras a explicar su visión del sindicalismo (el libro recoge sus buenas relaciones con Indalecio Prieto, por ejemplo, que no obstante rechazó pactar con la Falange), puesto que sin ellas no podría realizarse dicha construcción. Mantenía además un círculo literario, era brillante en sus discursos, y, para la buena suerte del franquismo, murió en el momento adecuado para ser convertido en mártir de una nación y no de un partido que estaba en construcción en medio de una guerra (a cuyo desatamiento había contribuido, pero no menos que otros), que crecía como la espuma en afiliados que no sabían siquiera explicar su propia ideología. Algo que resulta si uno lo piensa razonable, dado lo demencial que por momentos era semejante pensamiento.

Onésimo Redondo (víafue fundador de las JONS. Murió en la Guerra Civil en una emboscada tras confundir (según Wikipedia) a militantes falangistas con anarquistas de la CNT por el parecido de sus banderas

Sin duda, la historia española de los años treinta del año pasado es apasionante, por cruda y terrible que en efecto fuera –o tal vez por eso, claro-. Este libro no es una historia de la república ni de la guerra civil en sí, pero sí un espejo de las mismas a través de los manejos que la Falange intentó y que sobre ella se realizaron. Tiene lo que creo un valor histórico indudable, al recoger personalmente los testimonios directos de varios de los participantes en los hechos en un momento en que aún era posible, y aplicando lo que parece debida objetividad a los intereses encontrados de reconocimiento histórico que tales personajes se atribuyen. A la vez es un libro ameno, con profusión de acontecimientos y puntos de vista, un repaso pormenorizado de facciones y posicionamientos que acabaron bajo la bandera falangista, y un continuado interés en los perfiles psicológicos de los personajes principales de la función: Jose Antonio, Franco, Serrano Suñer, Manuel Hedilla o Dionisio Ridruejo, etc... Creo que es un logro conseguir mantener la intensidad en sus tres partes principales (República, Guerra Civil, Franquismo) al hablar del movimiento falangista, y que el libro contiene en sí todo lo necesario para entender mejor cincuenta años de historia de la derecha española.

Stanley G. Payne (vía)






18 de diciembre de 2014

Viñetas


Han caído en mis manos recientemente dos volúmenes de viñetas obra de diferentes humoristas gráficos de periódico. Uno pertenece a Idígoras y Pachi (los hermanos Ángel y Francisco Javier Rodríguez Idígoras), colaboradores de El Mundo, y se titula El decimotercer mundo y otros pobres. El otro es obra de El Roto (Andrés Rábago García), que publica diariamente en El País, y se titula A cada uno lo suyo. Ambos son libros de denuncia social y política, tal vez más irónico el de Idígoras y Pachi, algo más cínico y negro el de El Roto.


Idígoras y Pachi son dibujantes estupendos, que caricaturizan el rostro humano pero saben dotarlo de ternura y humanidad, con sus bocas enormes y sus narices redondeadas. Su libro no viene datado, pero se antoja mayoritariamente anterior a la crisis. Los principales protagonistas de El decimotercer mundo y otros pobres son pobres e inmigrantes, y la reacción de las clases medias y pudientes ante ellos, sea en un comportamiento diario, sea en lo absurdo de sus leyes. Muchas viñetas son diálogos incisivos sobre pateras cruzando el estrecho, y su método es la sátira, aunque tengan capacidad para el humor blanco. Sí, es un tanto desgraciado que tengamos que usar términos como humor blanco y negro precisamente en este contexto, perdón por ello.

El Roto toca también estos temas, aunque A cada uno lo suyo, un volumen publicado en 2013, sí refleja los efectos de la crisis económica. El Roto tiene un humor más negro que Idígoras y Pachi, y rara vez da lugar a una sonrisa sino que es especialista en que el lector congele cualquier muesca que se le pueda dibujar en la cara. Sus personajes y situaciones son en ocasiones agresivos, y también alcanza ciertos grados de abstracción, en el dibujo y en el tema, que le conceden un valor metafórico que para algunos lectores puede ser críptico. Un tipo más pesimista con algún rasgo nihilista, que parece más desconfiado aún en la raza humana, no digamos ya en las relaciones entre clases o mercados, aunque algunas viñetas dejen lugar a la esperanza en una posible revolución que permita que el mundo no se autodestruya.

Andrés García Rábago, El Roto (vía)

En ambos libros he tenido la sensación de volúmenes que agotan demasiado pronto sus posibilidades, creo que debido al hecho de que la acumulación continuada de viñetas deja poco espacio a la reflexión que abre cada una de ellas, que es más posible cuando es observada en un periódico rodeado de noticias o textos editoriales, y sin tener la reincidencia en el tema tan cercana en la experiencia lectora. Una viñeta sirve perfectamente para expresar pensamientos y desatar sensaciones de manera que puede ser más efectiva que una columna de opinión, y en efecto esto sucede en ambas recopilaciones, que son obra de unos humoristas gráficos brillantes y dignos del buen momento creativo del sector en este momento.

Angel Idígoras y Pachi Idígoras, es decir, Idígoras y Pachi (vía)






8 de diciembre de 2014

Quieto parado


Hace casi cuatro años que tuve mi primera experiencia con Jean-Marie Gustave Le Clézio, el premio Nobel francés de 2008, y acabé algo desconcertado. La segunda oportunidad tras El pez dorado ha sido  La cuarentena, un libro que en varios aspectos funciona como un espejo de El pez dorado, que curiosamente me ha parecido mejor construido y más coherente… a cambio sin embargo de resultar más aburrido. Les cuento:

La cuarentena es la historia de una familia (un joven médico, su mujer, y el hermano adolescente del doctor) que viaja de Europa a la Isla Mauricio a finales del siglo XIX. Tras una escala en Adén, donde conocen a un Arthur Rimbaud ya postrado en la cama con su rodilla enferma, deben refugiarse en la isla de Plate, al norte de Mauricio, para pasar la cuarentena al haber subido pasajeros enfermos en Zanzíbar. La novela describe la rutina en los días en la isla, y se centra especialmente en Léon, el hermano pequeño. Los rastros de Léon son buscados por su sobrino nieto, llamado igual, que cien años más tarde viaja a Mauricio y Plate, ya que Léon desapareció tras los días de reclusión en el crudo islote de Plate.

Mauricio, lejos (vía)

Sin duda Le Clézio quería conseguir una inmersión profunda del lector en el tedio que supone la vida en un islote descarnado a la espera de una ayuda que nunca acaba de llegar, mientras se desatan conflictos entre blancos, que son señores fuera de la isla, y culis, y entre los propios blancos. Hay escasez de alimentos y agua, y la muerte y locura acechan a los protagonistas de una manera progresiva y naturalista. El reto es tener la valentía de plantearlo en su extensa longitud, con descripciones reiteradas pero coherentes –a fin de cuentas, al protagonista principal le pasa casi todos los días lo mismo en los mismos paisajes con los mismos personajes-, apenas punteando la acción con la historia paralela de la infancia de la futura suegra de Léon, las breves notas de botánica que escribe un pasajero del barco sobre las plantas de la isla, y con el prólogo sobre Rimbaud y el epílogo actual.

En El pez dorado, la protagonista viajaba inesperadamente por medio mundo, vivía ilegalmente en todo tipo de lugares opresivos, conseguía salir de la pobreza, pero decidía regresar a sus orígenes. En La cuarentena, personajes que viajan al principio a sus orígenes (pues Mauricio es su casa a pesar de que lo es porque sus antepasados la colonizaron) son encerrados en un paisaje abierto, sin posibilidad de evolución (aunque sucede, pues Léon tiene su propia trama de novela de formación sucedida en apenas unas pocas semanas de asilvestramiento) y el viaje sucede desde la supuesta civilización hacia la naturaleza. En ambas hay carga metafórica, en el movimiento de masas e individuos, y en la relación delos individuos con el sistema impenetrable de poder, aquí la sinarquía de la colonia. Ambos tienen también excusa literaria algo tópica, que aquí lleva a ese Arthur Rimbaud convertido en inspirador postmoderno de historias. La cuarentena sabe sin embargo mantener más carga misteriosa; en las esquinas del relato están esos animales propios de Mauricio y su archipiélago que luchan por su propio espacio, la hostilidad de la situación que une y desune a la vez a culís y señores, y la conexión de un adolescente con la tierra en forma de sorprendente inseminación. Son momentos de intensidad conseguidos también gracias a la progresión meticulosa de la narración descriptiva, que perduran en un recuerdo incluso visual

Pero advierto que es un hueso duro de roer…


Jean-Marie Gustave Le Clézio (vía)

28 de noviembre de 2014

¿Intruso?


El pensador intruso, este libro del físico Jorge Wagensberg, camuflado en una colección de ciencia, es un ensayo epistemológico que bien podría estar en una colección de filosofía. Su tesis inicial es que existen tres métodos clásicos para que se consiga producir el fenómeno del conocimiento: la ciencia, el arte y la revelación. Wagensberg define y compara estos aspectos, juega con ellos y encuentra en las fronteras de cada uno el origen de la interdisciplinariedad que permite avanzar y progresar al conocimiento humano.

¡Científico!

Wagensberg escribe muy claro y ameno. Sus ejemplos y formas se alejan de las normalmente abstrusas explicaciones filosóficas, aunque recurra en varios puntos a los clásicos y exponga su importancia histórica. Me apetece destacar entre toda la brillantez de pensamientos de Wagensberg su definición digamos científica del arte, algo que suele estar tan sometido a la subjetividad. Wagensberg propone que

Arte es conocimiento obtenido usando el método del arte, donde el método del arte es cualquier método que respete un único principio: el de la comunicabilidad de pensamientos (incluidos los ininteligibles) que extienden o amplían una experiencia de la realidad.
Y en el contexto de método de conocimiento que para Wagensberg supone el arte resulta una definición a recordar.

¡Artista!

El encomiable carácter divulgador del libro de Wagensberg demuestra que puede hablarse de temas relevantes del pensamiento sin rechazar a ningún lector, y su propio talante cuasirrenacentista le hace estar cómodo en todos los campos que toca. Wagensberg es físico y museólogo, y es esta disciplina necesariamente interdisciplinaria (si es que se quiere desarrollar plenamente) una de las que utiliza vehicularmente para defender sus tesis. Su tono es además gozoso y entusiasta, humilde ante el conocimiento adquirido, y asombrado ante el que se va a adquirir.

¡Revelador!

Todo esto se recoge en las 100 páginas excelentes que abren El pensador intruso. El espíritu interdisciplinario en el mapa del conocimiento. El volumen contiene una segunda parte, llamada Delicias interdisciplinares, un conjunto de decenas de artículos breves, publicados previamente en revistas y periódicos y en la que se recogen sobre todo las observaciones de la realidad en que Wagensberg se ha basado para definir sus ideas. Hay de todo en ellos, pero muchas veces son sólo apuntes fugaces más o menos bien desarrollados, que a veces son demasiado preliminares, o muy obvios como borrador del propio libro. Posiblemente no eran necesarios como tal para la comprensión y agilidad de éste, y debo reconocer que la lectura de esta parte me ha pesado. ¿Podrían haberse integrado varios de estos ejemplos en el cuerpo del ensayo largo inicial y obtener así un volumen más coherente y definitivo?

Jorge Wagensberg (vía)



18 de noviembre de 2014

Los diamantes son los mejores amigos de un contable


William M. Thackeray es conocido sobre todo por La feria de las vanidades y Barry Lindon. Es un escritor victoriano contemporáneo de y casi tan célebre como Dickens, del que Periférica recupera ahora La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty, una pieza pequeña, sutil e irónica cuyo tema central es la construcción y explosión de una burbuja financiera de una empresa de seguros en la City de Londres. A través del personaje central, un voluntarioso joven contable tan honesto como ingenuo asistimos a la gestación del engaño, a las malas artes para captar las propiedades ajenas a que lleva la avaricia, y al fracaso de las pirámides financiera sin provisiones ni regulación. Todo esto, bien lo sabemos, no ha cambiado tanto en más de 150 años, y es un argumento de actualidad obvio que la novela posee y por la que su reedición merece más eco.

La bolsa de Londres a mediados del siglo XIX

El estilo de Thackeray, no obstante, llega más allá de esto y lo trasciende, especialmente por el dibujo del protagonista, Samuel Titmarsh, al que un supuesto golpe de suerte lleva a la cima sin desearlo: su tía le regala el diamante Hoggarty, de impagable descripción, y gracias a esa posesión el poder financiero y social le creen equívocamente alguien de más recursos y medios, y le introducen en una espiral de regalos, relaciones para convenir matrimonios, fiestas aristocráticas, falsas amistades y superfluosidades que, sin experiencia pero asombrado, cumple como hombre que cree bueno ser agradecido. Su aprendizaje se acompaña de su observación (obviamente la de Thackeray) sobre los personajes y las empresas que pueblan el submundo de la City, cuyas imposturas se revelan con el juego sutil de palabras, la metáfora ligera, y un tono alegre, entre desenfadado y burlón, de una juevntud inexperta y psicológicamente bien retratada.

La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty, es una novela moral que apela al individuo y su responsabilidad, pero también a la justicia y la regulación. Construye sutilmente la tela de araña del fraude y la decepción sin subrayados hasta el capítulo final, y lega una descripción casi documental de ambientes inesperados, como las cárceles de pago que la Inglaterra victoriana reservaba a los acusados de delitos financieros. Como novela moral, los calores que salvan al protagonista son el amor y la amistad, en los que Samuel Titmarsh no fracasa. La lección igual es algo obvia, pero el proceso para llegar a ella es estimulante.

Thackeray fue el actor victoriano más célebre en su tiempo, a excepción de Dickens


Publicación original: Factor Crítico

8 de noviembre de 2014

Cuadernos Rusos


En la distopía que describían Ray Bradbury y François Truffaut en Fahrenheit 451, en que la palabra escrita está prohibida y por ello no existen los libros, la información llegaba a los ciudadanos no sólo por la televisión sino también mediante periódicos cuya única composición eran las imágenes descriptivas de las noticias. Ese futuro imperfecto recuperaba la narración gráfica para tener al pueblo informado, como sucedía en épocas en que el analfabetismo era común. Pero la idea de los periódicos visuales en cierto modo anticipaba el periodismo en la narración gráfica, uno de los géneros en los que el lenguaje artístico del cómic también se introduce, en piezas que podrían ser paralelas al reportaje televisivo o al documental cinematográfico, si caemos en ese falso reduccionismo tendente a equiparar cómic y audiovisual.

Hay ejemplos reconocidos de periodismo publicado en cómic, pero creo que es aún un género incipiente, y en cierto modo no desligado aún de la autobiografía predominante en mucha novela gráfica. Quizás Joe Sacco sea la figura más conocida, autor de reportajes de aproximación clásica en zona de guerra, pero algunos ejemplos brillantes como El caso Pasolini (Gianluca Maconi) o El fotógrafo (Lefèvre, Gubiert y Lemercier) muestran una interesante interrelación de disciplinas donde el cómic añade revelación a los hechos y se descubre como narración ecléctica y absorbente.

Anna Politkóvskaya, en The Guardian

Es también el caso de este estupendo Cuadernos rusos. La guerra olvidada del Cáucaso, del autor italiano Igort, quien partiendo del asesinato en 2006 de la periodista AnnaPolitikóvskaya viaja a Moscú para conocer el edificio en que vivía y el escalofriante ascensor en que le pegaron cuatro tiros, recorre su trayectoria ilustrando visualmente los hechos de la guerra de Chechenia que la periodista se empeñó en testimoniar, lo que finalmente le costó la vida. El cómic es en efecto un conjunto de cuadernos, cada uno tomaría el aspecto de un capítulo del libro; algunos hablan e introducen a Politikóvskaya, incluyendo una entrevista intercalada en varios de ellos con su editora francesa o sus influencias literarias, otros directamente recogen la violencia y sus formas en Chechenia. Siempre se inician con el papel lineal típico de cuaderno, pero luego mezclan texto e imágenes de diferentes orígenes y estilos, a veces siguiendo una narración breve, pero muy frecuentemente mediante viñetas descriptivas de los hechos, con escasos diálogos, pero una fluidez dramática imponente entre sus viñetas a veces relacionadas por texto, a veces por imagen, a veces ausentes para mejorar el contraste. Igort emplea colores suaves y línea clara en Moscú, donde el horror es soterrado, y se acerca a un tenebrismo expresionista en Chechenia, con una alusión estética anunciada y finalmente materializada al Guernica de Picasso como símbolo artístico universal de la denuncia del horror bélico contra civiles. Episodios como los del teatro Dubrovka de Moscú o el secuestro de la escuela de Beslán también quedan registrados, pues fueron parte de la toma de conciencia y seguimiento del conflicto por parte de Politikóvskaya. La visión se completa con una alusión al Gulag (dibujada al carbón, como si fuera un apunte), y a la Filocalia ortodoxa como intento de comprensión de la ascética alma rusa.


El conjunto crea un impacto visual creciente en el lector, basado en la construcción de una emoción estética que funciona contrastando el horror de sus viñetas tanto claras como oscuras con el estilo de las corrientes artísticas que utiliza el autor y su implementación usando el lenguaje del cómic. Esta construcción otorga un aliento poético muy eficaz al libro, especialmente en estos tiempos de saturación visual ante imágenes de guerra y tortura que parecen competir por el interés del lector/espectador.


Politikóvskaya parece un catalizador artístico. Cualquier acercamiento a su figura resulta en admiración sin fin, aunque sea objeto también de reclamo mediático. Emmanuel Carrère también empieza su aproximación a Limónov desde un homenaje a la periodista al que asistieron tanto el autor como su biografiado. No parece que vayan a olvidarse la obra y la actitud de Politkovskaya aunque en su país parezca necesario el fin de un régimen político sádico para llegar al reconocimiento merecido. Este cómic al menos contribuye a que entendamos mejor su figura y a que ese olvido no llegue. Como buen reportaje.

Igort, en 2002, vía.

Publicación original: Factor Crítico

29 de octubre de 2014

Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo

 

Con dos libros leídos en apenas unos meses, puedo confirmar que Mary Roach es una investigadora incansable y una escritora divertida, cercana, y cuyo sentido de la divulgación científica supera lo académico en su aproximación al público. Si su libro sobre el más allá no me convenció por lo obvio del tema, este Entre piernas. La extraordinaria cópula entre ciencia y sexo funciona mucho mejor. El método y la escritura son similares. ¿El tema? Mucho más interesante, claro.

Masters y Johnson en consulta con una pareja de pacientes. Foto de George Tames (vía)

Roach es una investigadora de la investigación; tiene un interés particular en conocer y divulgar aquellos estudios o trabajos científicos sobre temas que popularmente se consideran particulares, aunque ella no realice estudios propios sobre ello (como mucho, se presta a cobaya de experimentos). El sexo es uno de ellos, en el que además existen estudios científicos de conocimiento popular amplio, como los históricos informes de Alfred Kinsey o los de Masters y Johnson, con los que el libro comienza. Las particularidades del estudio de lo sexual suponen una contradicción entre la intimidad en teoría apasionada del acto sexual, y la observación metódica que el método científico exige. Roach se cuela en esta contradicción con un humor que aunque no vulgar tiene réplicas de simplicidad directa una tanto llana. Con ello ameniza una lectura que recoge estudios sobre el orgasmo femenino, la impotencia masculina, la relación entre excitación, lubricación y fertilidad, los experimentos sobre animales y su sexualidad, o la realidad de hormonas y feromonas, y descubre un peculiar universo de experimentos e investigadores cuyo retrato (personalidad, visión, motivación) es también parte del trabajo de Roach.

Alfred Kinsey (vía)

Roach hace explícito en más de un momento su asombro particular por la visión de personas llenas de electrodos, o sometidas a observación directa de un médico, mientras realizan en condiciones controladas un acto sexual. Se desliza superficialmente por la validez de estudios en estas condiciones por la posibilidad aparente de un sesgo importante en las muestras de individuos en los experimentos, y por múltiples temas paralelos en los que no profundiza, aunque no aclara si por falta de espacio o por falta de estudios científicos reseñables para ella; algunos ejemplos podrían ser el sexo oral, el sexo anal o el sadomasoquismo. Es curioso que mientras este acercamiento asombrado tan personal permite a Roach una pedagogía y divulgación efectivas, logre librarse por ello de un estudio completo sobre las aproximaciones científicas a toda la sexualidad humana, lo que deja a la vez un sabor algo incompleto por falta de universalidad. También he tenido durante la lectura de varios pasajes la sensación de objetivación corporal que sé necesaria al ser el cuerpo el objeto de estudio, pero que reduce el mismo a casi exclusivamente su faceta biológica y mecánica. Como si la misma autora, a pesar de su método diferente y divertido no pudiera tampoco eliminar parte de los tics de los trabajos que reseña. Aunque es justo decir que estos trabajos previos fueron en muchos casos pioneros y como tales sus autores incluso corrieron peligro. Roach reconoce la deuda hacia ellos, y la diferencia en los tiempos: ella puede aplicar humor al método científico sobre el sexo porque el peso de la represión religiosa sobre el tema es mucho menor y porque ya no existe escándalo.


Mary Roach (vía)

18 de octubre de 2014

Las vírgenes suicidas


Este título de impacto es uno de esos casos de primera novela que encumbra directamente a su autor. Ya su primera frase, de referencias garcíamarquesianas, encierra una construcción que resume estilo, tema y alcance con una precisión que luego la novela confirma y desarrolla:

On the morning the last Lisbon daughter took her turn at suiciede –it was Mary this time, and sleeping pills, like Therese- the two paramedics arrived at the house knowing exactly where the knife drawer was, and the gas oven, and the beam in the basement from which it was possible to tie a rope.
Jeffrey Eugenides tenía 33 años cuando publicó en 1993 Las vírgenes suicidas. Seis años más tarde la película fue llevada al cine por Sofia Coppola, su, por supuesto, primera película también.

Las cuatro hermanas Lisbon, según Sofia Coppola

Las vírgenes suicidas narra el suicidio de las cinco hermanas Lisbon, hijas del profesor de matemáticas del instituto local y de un ama de casa religiosa y conservadora, que asfixian con estrictas reglas a las hijas, entre trece y diecisiete años. Eugenides decide narrar los hechos desde el punto de vista de los chicos adolescentes vecinos de la casa de las hermanas Lisbon, en primera persona del plural, y sin una gran concreción en estos personajes masculinos en formación, en ocasiones más un coro narrativo que protagonistas de la ficción. El tono de la narración tiene trazos de investigación entre lo policial y lo médico: los chicos, ya adultos, han recopilado ‘pruebas’ de todo lo sucedido durante su adolescencia alrededor del caso Lisbon (fotos, objetos, canciones, etc…) e intentan entender qué sucedió y cómo afectó a sus vidas. Este grupo innominado de chicos, que habla desde el presente y el futuro, es, como punto de vista, todo un logro. Las hormonas adolescentes permiten a Eugenides mantener durante 250 páginas una parábola sobre el deseo sexual materializado en la penetración de la casa acosada de las Lisbon en ocasiones especiales, y disfrazarla en la por supuesto más evidente radiografía del paisaje uniformizador y enfermizo del suburbio norteamericano. La novela oscila sin definirse entre la mancha del deseo sexual y el drama de un destino conocido, jugando evasivamente a una mirada masculina mitad machista, incluso misógina, mitad paralizada. En cierto modo, el interés principal no está en el drama directo más obvio (el suicidio, los padres castradores y la religión, el desastre de los pocos momentos de alegría que las chicas disfrutan en su particular gineceo), sino en esos proyectos de hombre incapaces de entender, no digamos ya de actuar.

Una proyección televisiva durante la lectura del libro me recordó al instante los paralelismos dramáticos entre esta novela y La casa de Bernarda Alba. Cinco mujeres jóvenes encerradas por una madre ultrarreligiosa, y con hombre que rondan la fortaleza inexpugnable en busca de una recompensa sexual. La frustración consecuente tiene un final parecido. La obra de Lorca no obstante está narrada desde dentro de la casa, y la ausencia es lo masculino, visto con deseo pero también con terror hacia el fálico atacante penetrador. Lorca no aspiraba de todos modos a ‘entender al hombre’: daba por sentada su simplicidad y se centraba en el enfrentamiento de las chicas al absurdo en que su madre, por religión y por soberbia vengativa hacia su marido recién muerto, les hace vivir. Eugenides sí pretende que sus chicos, desde fuera, intenten entender las motivaciones de las chicas (frase que podríamos trasladar a lo carnal casi directamente). Constata que no lo consigue, ni él ni su ejército semianónimo de muchachos perdidos ante la complejidad femenina. Sin duda hay una pizca de condescendencia falocrática al racionalizar su fracaso masculino en estos términos. El tono particularmente evasivo y semihipnótico de una investigación enterrada en la memoria, no obstante, lo acaba superando.

Jeffrey Eugenides (vía)

8 de octubre de 2014

Un cura


La larguísima vida de Fray Bartolomé de las Casas fructifica en la Brevísima historia de la destrucción de las Indias como obra mayor. Este pequeño texto es una obra fundacional de la defensa de lo que hoy llamaríamos Derechos Humanos, pero es también un clásico de la literatura española del Siglo de Oro, relacionada con el subgénero de la literatura de la conquista, y parte de los que narran las glorias y desgracias del (a)salto español y europeo a las Indias.

Bartolomé de las Casas fue encomendero (dispuso de licencia para explotar el trabajo de los indios) antes que cura. Su conversión tuvo mucho que ver con el horror que contempló: la tortura y asesinato continuado y caprichoso de los pobladores originales de las tierras por parte de los conquistadores españoles. Brevísima historia de la destrucción de las Indias es un catálogo completo de atrocidades espantosas, que incluyen golpes, mutilaciones, uso de perros bravos para el asesinato, alanceamientos, engaños, ajusticiamientos en la pira, ahorcamientos… y más actos que obligan a retirar la vista del libro más de una vez. Bartolomé de las Casas ni siquiera llega a discutir, como debía ser la norma, si los indios tenían alma o no. Directamente las considera criaturas felices y bondadosas, ansiosas de Dios, incluso del Dios cristiano al que están dispuestos a abrazar, como a abrazar a los españoles que llegan a sus tierras. Pero los cristianos no se comportaron como tales: Bartolomé de las Casas habla continuamente de tiranos sedientos de oro y perlas que engañan a los jefes locales y usan técnicas de terror al llegar a cada nuevo lugar, diezmando la población y dejando campos quemados tras ellos.

Abu Ghraib (vía)

El libro se organiza geográficamente, pasando de región a región de los cincuenta primeros años de la conquista, pues el libro está publicado en 1542. Bartolomé de las Casas describe las situaciones en principio vistas por él, aunque se antoja imposible por el infinito esfuerzo viajero que eso habría supuesto -y ello se añade a las dudas sobre sus posibles exageraciones-, y pone fechas pero no denuncia nombres, prefiriendo describir una situación general que alarmara al Rey, principal destinatario de su informe, o para no sufrir represalias directas. En su crónica los sacerdotes suelen salir bien parados, pues según él realizaban bien su labor evangelizadora, pero los conquistadores la destrozaban al llegar. No obstante, el propio prólogo del libro, que viene sin firmar, describe cómo los rivales de Bartolomé de las Casas fueron otros sacerdotes, y que el poder militar apenas le consideró, aunque consiguiera que se firmaran lo que puede considerarse la primera legislación en defensa de los derechos humanos de la historia, el Rey le permitiera un par de veces aplicar sus teorías para el buen trato de los indios (intentos fracasados ambos), y que estuviera a punto de poner en duda la generalidad de la colonización.

El libro se vuelve un tanto repetitivo en sus capítulos: una descripción de la feliz tierra y recepción de los indios de cada región a los españoles, el engaño cometido por estos, y la violencia sistemática contra aquellos, sumado a las opiniones de Bartolomé de las Casas sobre quién debería en verdad ir a los infiernos y quién es en verdad criatura de Dios. El lenguaje del siglo XVI que emplea el autor es no obstante musical, elegante y disfrutable, y el conflicto ético no resulta –desafortunadamente- lejano: el contraste de una lengua que nos resulta vieja aunque luminosa con una denuncia de la crueldad humana que también es contemporánea es un paradójico atractivo literario. De las Casas fue convenientemente traducido en Europa para desprestigiar a España, sin tal vez remarcar la españolidad de su autor y las consecuencias de una obra que anticipaba tan crudamente la larga noche de los quinientos años.

(Nota: términos como ‘conquista’, ‘criatura de Dios’, ‘labor evangelizadora’, etc… se utilizan en este texto dentro de la convención que suponían en la época de Bartolomé de las Casas, y no pretenden subrayar un carácter honroso como categorías en su significado actual)

Bartolomé de las Casas (vía)





28 de septiembre de 2014

Porkulo


La enigmática X que titula este libro del autor afroamericano Percival Everett resume una magnífica metáfora sobre la identidad literaria, aunque sea la forma en que el traductor ha escogido traducir el original Erasure. X es un libro contado por Thelonius Monk Ellison, un escritor también afroamericano, de literatura considerada difícil, y de escaso éxito comercial. Críticos y agentes consideran equivocada su carrera, que según ellos adolece de escasa negritud. Nadie consigue establecer una relación entre los sesudos análisis deconstructivistas del también conferenciante y profesor Ellison y el color de su piel, mientras novelas que retratan con un drama burdo las condiciones de una vida estereotipada de los negros estadounidenses actuales arrasan en ventas y sus autores son entrevistados banalmente por las estrellas de la televisión en programas de máxima audiencia. Ellison, un escritor de mediana edad, irónico, inteligente y observador, se ve obligado a dejar el trabajo y trasladarse a Washington DC a cuidar de su madre anciana, y descubre que la situación económica familiar requiere ganar dinero pronto. ¿Por qué no una cruda historia del ghetto titulada, literalmente, Porculo?

El ghetto existe, pero puede tratarse de manera menos tópica. Chicago, 1975 (vía)

X se organiza como un diario sin fechas. Ellison relata en un supuesto texto propio su día a día con su familia, los recuerdos de su pasado, los encuentros absurdos con otros escritores, y apuntes de ideas o diálogos para posibles futuros escritos, además del impagable texto de Porculo, absolutamente admirable e imprescindible, una pieza usada dramáticamente como un Tractat del ghetto literario y racial al que el autor y sus protagonistas deberían pertenecer, y cuyo triple juego de literatura basura, material susceptible de éxito crítico, y escrito de catarsis personal de un personaje que no encaja en la industria, es tan inteligente como demoledor.

No había oído nunca hablar de Percival Everett, cuya trayectoria literaria parece similar a la de su personaje. Parece que como autor difícil ha tenido pocas ediciones, y un prestigio académico que apenas llega a la crítica más intensa. Leyendo estas cosas es complicado animarse a conocer su obra anterior (un pedazo de la cual podría adivinarse en el texto indescifrable de una conferencia incluida en X), pero este libro es una pieza que funciona muy bien como un aparente divertimento de costumbres familiares y literarias, pero que encierra una lectura amarga sobre la identidad que la sociedad otorga al individuo mediante el comportamiento esperable en las etiquetas. La fluidez de los textos del diario y la habilidad con los diálogos ayudan a hacer de la lectura de X una experiencia estupenda.

Percival Everett (vía)





19 de septiembre de 2014

Servidumbres de luz


Hay dos momentos importantes en Antigua luz, la última novela del último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en las que el autor, John Banville, habla de sí mismo y de su escritura a través de un pequeño artificio literario. En el primero, el narrador (un actor sesentón de teatro que va a interpretar una película por primera vez) lee un libro titulado La invención del pasado, cuya prosa le parece afectada, retórica, antinatural, sintética y densa, ecléctica y de falsa erudición, aunque le reconoce un ingenio esporádico y mordaz. El párrafo es chocante, pues el estilo de Banville en su libro encaja con precisión en estas características, y, además, el ataque resulta algo gratuito en un personaje en general taciturno y por realizarse contra un escritor –el de ese libro citado- sin apenas peso como personaje en la trama. El segundo momento sucede casi al final: el protagonista visita a la hija de su antigua amante, que

Me despidió en una esquina del claustro, a través de una poterna… Ah, cómo me gustan las palabras antiguas, cómo me consuelan…
En efecto, poterna no es la única palabra que hace tirar de diccionario en esta novela ahíta de espléndidos vocablos como sufusión, cauro, motacila, giróvago, fetor, fermata, etc… palabras castellanas surgidas de la pluma del traductor (Damián Alou) que habrá bregado tanto con estos cultismos en dos idiomas como con ese estilo banvilliano.


Lo antiguo tiene varios niveles en este libro. Está en el título, Antigua luz, o, en el inglés original, Ancient Light, que se traduce por ‘servidumbre de luces’, concepto jurídico que tiene que ver con el espacio obligado entre casas y lo que puede verse a través de las ventanas que se abren en las paredes. Ese espacio metafórico se refleja en la luz que la memoria trae al protagonista, que recuerda el verano para él luminoso que pasó a los 15 años, enamorado de y teniendo una aventura con la madre de su mejor amigo, de 35; bajo una memoria caprichosa y una sensualidad de precisión analítica, el narrador recrea escenas, momentos y sensaciones de cuya veracidad duda, y sobre las que la luz de la memoria no consigue brillar por completo. El propio personaje utiliza ese lenguaje de palabras antiguas, y nunca salió del arte antiguo del teatro como profesional; hasta ahora, que le da una oportunidad al cine.

A este recuerdo principal se suman las dos tramas actuales: la película que va a interpretar en compañía de una joven estrella cinematográfica, y el recuerdo del suicidio de su hija Cass, hace 10 años. La red de relaciones paterno-filiales y amorosas en los tiempos de la novela es un edificio subyugante, aunque a veces parezca algo artificial, o que pueda buscar un final más adscrito al género puro, creando expectativas algo confusas en la lectura.

John Banville como escritor parece todo un personaje: usa un heterónimo, Benjamin Black, para sus novelas negras. Una novela de Banville cuesta años de trabajo, pero una de Black apenas unos meses. Confiesa que su personalidad como autor cambia radicalmente. Dice odiar sus novelas, su estilo imperfecto, y no leer críticas porque ya conoce antes de que nadie se lo diga dónde están sus errores. Le gusta escribir series de novelas, y de hecho Antigua luz es la tercera protagonizada por ese actor desmemoriado. Es aspirante al Nobel y cuando le analizan surgen los nombres de Joyce, James, Nabokov o incluso Proust.

Calor británico (vía)

En vez de recordarme a esos autores, el universo de relaciones prohibidas en pueblos británicos durante el verano me recordó a otros autores de personalidad fuerte como William Trevor o Ian McEwan, aunque las diferencias con las tramas en Verano y amor, o Chesil Beach son abundantes. El paralelismo es mayor con la trama de Verano del 42, aunque no he leído la novela. En Antigua luz sin duda se impone el peso de la prosa elaborada de Banville, cuyos defectos que él mismo subraya se manifiestan también y a menudo como disfrutables virtudes por la potencia metafórica, la ironía profunda que alcanza, y la lucidez psicológica. Esta precisión poética, de lenguaje culto y mirada al pasado, es buscadamente elaborada y define perfectamente a su protagonista, cuya falta propia de ternura por los personajes que fueron él y su amante salta a la luz de los múltiples espejos en que se mira. Aun así, esa historia, que tiene un final espléndido en la continua reflexión (proustiana,sí) sobre el papel de la Memoria, supera en fuerza y definición a las ambientadas en la actualidad, algo alargadas y con personajes y situaciones más obvios, aunque en cierto modo lo exige la construcción global de un libro con momentos de intensidad casi aterradora.

John Banville (vía)


8 de septiembre de 2014

Macondo v.0


Recuerdo que en su día supuso cierta conmoción el Premio Nobel concedido a Gabriel García Márquez en 1982: fue un premio saludado y celebrado, posiblemente por las características del premiado, algo joven para este premio, y el espaldarazo oficial al boom de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado. García Márquez acudió vestido de blanco a la gala en Estocolmo, y aunque ese color tuviese una esperable lógica caribeña, en cierto modo le convirtió en una figura seráfica entre la literatura hispana y la progresía mundial. Ascendió a los cielos y posiblemente llegó a un mito excesivo, que también le supuso varios ataques hijos también de una fama desmedida.

El premiado del traje blanco

En aquel momento, casi un único libro era el responsable de todo, y hoy, tras la muerte del autor, parece que será imposible separar a García Márquez de Cien años de soledad como lo es separar Ulises, En busca del tiempo perdido, o El Quijote de sus respectivos autores. Cien años de soledad no tiene aún 50 años, pero la enorme repercusión que supuso y su influencia en la narrativa posterior son más que notables. Tal vez no sea fundar la novela, o fundar la novela moderna, pero tal vez no haya pasado el tiempo suficiente.

La calle Macondo de Donostia-San Sebastián (vía)

Cien años de soledad cuenta la historia de la estirpe de los Buendía desde su llegada a Macondo hasta su extinción. Con una estructura que ahora (23 años después de leerla por primera vez) me parece bíblica, pero con el paganismo de lo prehistórico mezclado con el de la literatura moderna, el libro canónico del realismo mágico recupera la poética de la fábula inagotable. No son resumibles, ni adaptables, todos los hechos posibles e imposibles que suceden en la novela, que está habitada por una pasión indómita por la acumulación de historias y personajes, ya que a fin de cuentas narra la historia del mundo bajo el pesimismo determinista de Gabriel García Márquez, según el cual los hombres están condenados a repetir los mismos actos cíclicamente y a seguir los mandamientos de un destino sofocante.

Escrita con una precisión imposible en un relato tan enmarañado, Cien años de soledad tiene una increíble poder hipnótico. Sus frases y descripciones se acercan al barroco sin caer en él, pero es imposible salir de su pesadilla fascinante. Da igual que Macondo sea asolado por una peste de insomnio o un diluvio de cuatro años, que el liberal coronel Aureliano Buendía emprenda 32 guerras civiles y las pierda todas, o que una vieja tía borde su mortaja en la esperanza de terminarla el día de su propia muerte: cada capítulo está dotado de un intenso ritmo interno, generalmente basado en uno o dos personajes o situaciones, alternando el estímulo de la memoria frágil del lector con retrocesos y avances constantes (desde la primera frase, donde se recoge el futuro ‘Muchos años después…’ con el pasado ‘…habría de recordar aquella tarde remota…’) y la musicalidad del lenguaje y las imágenes surreales, cerrándose cada uno en su propio círculo de soledad. El genio no sólo poético sino también social, político e incluso psicológico de Gabriel García Márquez está también en añadir capas metafóricas a sus propios recuerdos alterados de infancia, llena al parecer de personas de nombres repetidos y costumbres peculiares, para rendir un cosmos propio de valor universal, que en el encierro de la jungla cruza lo lisérgico con lo social, lo mítico con lo religioso, y lo político con lo sexual y lo humorístico, por más que la soledad y sus hijas la tristeza y la melancolía, sea el sentimiento superior a todos.


Gabriel García Márquez bajo el peso de la soledad.