28 de septiembre de 2014

Porkulo


La enigmática X que titula este libro del autor afroamericano Percival Everett resume una magnífica metáfora sobre la identidad literaria, aunque sea la forma en que el traductor ha escogido traducir el original Erasure. X es un libro contado por Thelonius Monk Ellison, un escritor también afroamericano, de literatura considerada difícil, y de escaso éxito comercial. Críticos y agentes consideran equivocada su carrera, que según ellos adolece de escasa negritud. Nadie consigue establecer una relación entre los sesudos análisis deconstructivistas del también conferenciante y profesor Ellison y el color de su piel, mientras novelas que retratan con un drama burdo las condiciones de una vida estereotipada de los negros estadounidenses actuales arrasan en ventas y sus autores son entrevistados banalmente por las estrellas de la televisión en programas de máxima audiencia. Ellison, un escritor de mediana edad, irónico, inteligente y observador, se ve obligado a dejar el trabajo y trasladarse a Washington DC a cuidar de su madre anciana, y descubre que la situación económica familiar requiere ganar dinero pronto. ¿Por qué no una cruda historia del ghetto titulada, literalmente, Porculo?

El ghetto existe, pero puede tratarse de manera menos tópica. Chicago, 1975 (vía)

X se organiza como un diario sin fechas. Ellison relata en un supuesto texto propio su día a día con su familia, los recuerdos de su pasado, los encuentros absurdos con otros escritores, y apuntes de ideas o diálogos para posibles futuros escritos, además del impagable texto de Porculo, absolutamente admirable e imprescindible, una pieza usada dramáticamente como un Tractat del ghetto literario y racial al que el autor y sus protagonistas deberían pertenecer, y cuyo triple juego de literatura basura, material susceptible de éxito crítico, y escrito de catarsis personal de un personaje que no encaja en la industria, es tan inteligente como demoledor.

No había oído nunca hablar de Percival Everett, cuya trayectoria literaria parece similar a la de su personaje. Parece que como autor difícil ha tenido pocas ediciones, y un prestigio académico que apenas llega a la crítica más intensa. Leyendo estas cosas es complicado animarse a conocer su obra anterior (un pedazo de la cual podría adivinarse en el texto indescifrable de una conferencia incluida en X), pero este libro es una pieza que funciona muy bien como un aparente divertimento de costumbres familiares y literarias, pero que encierra una lectura amarga sobre la identidad que la sociedad otorga al individuo mediante el comportamiento esperable en las etiquetas. La fluidez de los textos del diario y la habilidad con los diálogos ayudan a hacer de la lectura de X una experiencia estupenda.

Percival Everett (vía)





19 de septiembre de 2014

Servidumbres de luz


Hay dos momentos importantes en Antigua luz, la última novela del último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en las que el autor, John Banville, habla de sí mismo y de su escritura a través de un pequeño artificio literario. En el primero, el narrador (un actor sesentón de teatro que va a interpretar una película por primera vez) lee un libro titulado La invención del pasado, cuya prosa le parece afectada, retórica, antinatural, sintética y densa, ecléctica y de falsa erudición, aunque le reconoce un ingenio esporádico y mordaz. El párrafo es chocante, pues el estilo de Banville en su libro encaja con precisión en estas características, y, además, el ataque resulta algo gratuito en un personaje en general taciturno y por realizarse contra un escritor –el de ese libro citado- sin apenas peso como personaje en la trama. El segundo momento sucede casi al final: el protagonista visita a la hija de su antigua amante, que

Me despidió en una esquina del claustro, a través de una poterna… Ah, cómo me gustan las palabras antiguas, cómo me consuelan…
En efecto, poterna no es la única palabra que hace tirar de diccionario en esta novela ahíta de espléndidos vocablos como sufusión, cauro, motacila, giróvago, fetor, fermata, etc… palabras castellanas surgidas de la pluma del traductor (Damián Alou) que habrá bregado tanto con estos cultismos en dos idiomas como con ese estilo banvilliano.


Lo antiguo tiene varios niveles en este libro. Está en el título, Antigua luz, o, en el inglés original, Ancient Light, que se traduce por ‘servidumbre de luces’, concepto jurídico que tiene que ver con el espacio obligado entre casas y lo que puede verse a través de las ventanas que se abren en las paredes. Ese espacio metafórico se refleja en la luz que la memoria trae al protagonista, que recuerda el verano para él luminoso que pasó a los 15 años, enamorado de y teniendo una aventura con la madre de su mejor amigo, de 35; bajo una memoria caprichosa y una sensualidad de precisión analítica, el narrador recrea escenas, momentos y sensaciones de cuya veracidad duda, y sobre las que la luz de la memoria no consigue brillar por completo. El propio personaje utiliza ese lenguaje de palabras antiguas, y nunca salió del arte antiguo del teatro como profesional; hasta ahora, que le da una oportunidad al cine.

A este recuerdo principal se suman las dos tramas actuales: la película que va a interpretar en compañía de una joven estrella cinematográfica, y el recuerdo del suicidio de su hija Cass, hace 10 años. La red de relaciones paterno-filiales y amorosas en los tiempos de la novela es un edificio subyugante, aunque a veces parezca algo artificial, o que pueda buscar un final más adscrito al género puro, creando expectativas algo confusas en la lectura.

John Banville como escritor parece todo un personaje: usa un heterónimo, Benjamin Black, para sus novelas negras. Una novela de Banville cuesta años de trabajo, pero una de Black apenas unos meses. Confiesa que su personalidad como autor cambia radicalmente. Dice odiar sus novelas, su estilo imperfecto, y no leer críticas porque ya conoce antes de que nadie se lo diga dónde están sus errores. Le gusta escribir series de novelas, y de hecho Antigua luz es la tercera protagonizada por ese actor desmemoriado. Es aspirante al Nobel y cuando le analizan surgen los nombres de Joyce, James, Nabokov o incluso Proust.

Calor británico (vía)

En vez de recordarme a esos autores, el universo de relaciones prohibidas en pueblos británicos durante el verano me recordó a otros autores de personalidad fuerte como William Trevor o Ian McEwan, aunque las diferencias con las tramas en Verano y amor, o Chesil Beach son abundantes. El paralelismo es mayor con la trama de Verano del 42, aunque no he leído la novela. En Antigua luz sin duda se impone el peso de la prosa elaborada de Banville, cuyos defectos que él mismo subraya se manifiestan también y a menudo como disfrutables virtudes por la potencia metafórica, la ironía profunda que alcanza, y la lucidez psicológica. Esta precisión poética, de lenguaje culto y mirada al pasado, es buscadamente elaborada y define perfectamente a su protagonista, cuya falta propia de ternura por los personajes que fueron él y su amante salta a la luz de los múltiples espejos en que se mira. Aun así, esa historia, que tiene un final espléndido en la continua reflexión (proustiana,sí) sobre el papel de la Memoria, supera en fuerza y definición a las ambientadas en la actualidad, algo alargadas y con personajes y situaciones más obvios, aunque en cierto modo lo exige la construcción global de un libro con momentos de intensidad casi aterradora.

John Banville (vía)


8 de septiembre de 2014

Macondo v.0


Recuerdo que en su día supuso cierta conmoción el Premio Nobel concedido a Gabriel García Márquez en 1982: fue un premio saludado y celebrado, posiblemente por las características del premiado, algo joven para este premio, y el espaldarazo oficial al boom de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado. García Márquez acudió vestido de blanco a la gala en Estocolmo, y aunque ese color tuviese una esperable lógica caribeña, en cierto modo le convirtió en una figura seráfica entre la literatura hispana y la progresía mundial. Ascendió a los cielos y posiblemente llegó a un mito excesivo, que también le supuso varios ataques hijos también de una fama desmedida.

El premiado del traje blanco

En aquel momento, casi un único libro era el responsable de todo, y hoy, tras la muerte del autor, parece que será imposible separar a García Márquez de Cien años de soledad como lo es separar Ulises, En busca del tiempo perdido, o El Quijote de sus respectivos autores. Cien años de soledad no tiene aún 50 años, pero la enorme repercusión que supuso y su influencia en la narrativa posterior son más que notables. Tal vez no sea fundar la novela, o fundar la novela moderna, pero tal vez no haya pasado el tiempo suficiente.

La calle Macondo de Donostia-San Sebastián (vía)

Cien años de soledad cuenta la historia de la estirpe de los Buendía desde su llegada a Macondo hasta su extinción. Con una estructura que ahora (23 años después de leerla por primera vez) me parece bíblica, pero con el paganismo de lo prehistórico mezclado con el de la literatura moderna, el libro canónico del realismo mágico recupera la poética de la fábula inagotable. No son resumibles, ni adaptables, todos los hechos posibles e imposibles que suceden en la novela, que está habitada por una pasión indómita por la acumulación de historias y personajes, ya que a fin de cuentas narra la historia del mundo bajo el pesimismo determinista de Gabriel García Márquez, según el cual los hombres están condenados a repetir los mismos actos cíclicamente y a seguir los mandamientos de un destino sofocante.

Escrita con una precisión imposible en un relato tan enmarañado, Cien años de soledad tiene una increíble poder hipnótico. Sus frases y descripciones se acercan al barroco sin caer en él, pero es imposible salir de su pesadilla fascinante. Da igual que Macondo sea asolado por una peste de insomnio o un diluvio de cuatro años, que el liberal coronel Aureliano Buendía emprenda 32 guerras civiles y las pierda todas, o que una vieja tía borde su mortaja en la esperanza de terminarla el día de su propia muerte: cada capítulo está dotado de un intenso ritmo interno, generalmente basado en uno o dos personajes o situaciones, alternando el estímulo de la memoria frágil del lector con retrocesos y avances constantes (desde la primera frase, donde se recoge el futuro ‘Muchos años después…’ con el pasado ‘…habría de recordar aquella tarde remota…’) y la musicalidad del lenguaje y las imágenes surreales, cerrándose cada uno en su propio círculo de soledad. El genio no sólo poético sino también social, político e incluso psicológico de Gabriel García Márquez está también en añadir capas metafóricas a sus propios recuerdos alterados de infancia, llena al parecer de personas de nombres repetidos y costumbres peculiares, para rendir un cosmos propio de valor universal, que en el encierro de la jungla cruza lo lisérgico con lo social, lo mítico con lo religioso, y lo político con lo sexual y lo humorístico, por más que la soledad y sus hijas la tristeza y la melancolía, sea el sentimiento superior a todos.


Gabriel García Márquez bajo el peso de la soledad.