28 de diciembre de 2015

Y mientras tanto, en el País Vasco... Capítulo I


Me resulta algo… no sé si curioso, si intrigante, o si preocupante, acudir a una biblioteca, y al buscar la historia de los partidos políticos en el País Vasco encontrarme con una ingente literatura sobre el PNV y una tan escasa sobre el PSOE. Cierto es que la explicación del nacionalismo tanto en su propia tierra como fuera de ella es un fenómeno entiendo que más interesante (y vendible), por las especificidades que cada uno tiene (reforzadas por el subrayado cultural, normalmente unívoco), y, en cierto modo, por la necesidad de un mayor entendimiento del mismo en términos históricos. Pero bien observado, esta falta de literatura de historia política es un riesgo. El caso es que buscadas a nivel de catálogo de biblioteca bilbaína historias digamos concretas al menos de los partidos que históricamente han practicado el nacionalismo y el socialismo en el País Vasco, PNV y PSOE, partidos presentes hace más de cien años y determinantes en varias épocas históricas, sólo aparece este libro de Jesús Eguiguren (que obviamente no es un analista exterior), Historia del socialismo vasco, (1886-2009). Puede que haya otros, tal vez más específicos por épocas, o más generalistas en historia política, y entiendo que en bibliotecas más especializadas (en las universidades, claro), así será. El libro, único ejemplar en todas las bibliotecas, llevaba años sin que nadie lo leyera.

Indalecio Prieto en 1936 (vía)

Así que cuando Eguiguren comienza a hacer su estudio histórico casi es irónico que hable de escasez de fuentes. Él se refiere sobre todo a los primeros congresos y reuniones de las agrupaciones, al conocimiento del pensamiento primigenio del partido, y a poder narrar su devenir incluso más allá de las publicaciones (La Lucha de Clases, El Socialista) y de las actas al parecer no completas de congresos y reuniones. Lo que sigue, especialmente hasta 1936, es apasionante: el desarrollarse incipiente de la militancia socialista, sindicalista y juvenil (y al relación entre todas) en las cuatro tan diferentes provincias, el nacimiento de agrupaciones y federaciones, la relación de la afiliación con el modelo industrial del país y la distinción entre los sectores minero y metalúrgico al considerar la acción sindical, las diferencias entre el socialismo vascoparlante de Eibar y el castellanoparlante de la margen izquierda, la búsqueda de la conjunción con los republicanos, la escisión tras la aparición del comunismo después de la revolución soviética (¡el PCOE!), o las actitudes antagónicas en la Dictadura de Primo de Rivera y en la Segunda República. Así, es un estudio bastante exhaustivo de la época que va desde la fundación de las primeras agrupaciones del PSOE en Bizkaia (1886) hasta el inicio de la Guerra Civil, y resulta más sorprendente por desconocido, y por explicativo también de la trayectoria más cercana, la que nace con la transición y hasta que Patxi López alcanza la Lehendakaritza en 2009, punto final del libro. Esta parte sin embargo es menos exhaustiva, y su carácter parece más cercano a cierto reportaje profundo que al análisis en términos históricos tal vez aún no posibles; la cercanía histórica permite además entrever la ausencia de detalle en muchos episodios.

Tomás Meabe, en el perfil nietzscheano que le pintó Alberto Arrúe.

Prolijo en argumentos y notas, y en el uso de la bibliografía disponible, y desgraciadamente premioso en ocasiones por sobreabundancia, trufado además de errores tipográficos y gramaticales increíbles (que hacen pensar que faltó un editor profesional), resulta más que  interesante constatar a partir de los semblantes biográficos (Indalecio Prieto, Francisco Perezagua, Tomás Meabe…) y de sus posturas tan a menudo enfrentadas en lo que ahora llamaríamos almas de un partido, cómo las personas definen las relaciones y el éxito de las corrientes en los partidos, y cómo el PSOE, en cierto modo, ha sido siempre así, incluyendo sus momento actuales. Existe también una apasionante dialéctica histórica entre la aparición del socialismo vasco en su contexto histórico en relación también a la aparición del nacionalismo incipiente de la época –algo que se nota que a Eguiguren le obsesiona dentro de su propia posición personal al respecto-, y el devenir histórico posibilista que arrastra el PSOE, especialmente a partir de Indalecio Prieto. Y tal vez por la negación de la política que muchas veces hemos hecho como ciudadanos comunes (algo que en el País Vasco reciente se ha alimentado de factores exógenos a la práctica política normal), no deja de ser ilusionante descubrir la propia historia del país encerrada en lo que es uno de sus actores. Se impone por ello buscar la de los demás…

Jesús Eguiguren (vía)



18 de diciembre de 2015

La ética es ineliminable


Esta obviedad es mencionada por José Luis López Aranguren en este libro, augurando que nunca seremos capaces de vivir en una sociedad sin problemas morales. Para Aranguren no es fácil conciliar el mundo de la teoría que suponen los condicionantes éticos y el mundo práctico de la política real. Uno puede situarse en posiciones extremas al respecto: no querer participar en política por sentirla éticamente inaceptable –esto Aranguren lo ve como una desgraciada falta de cumplimiento de obligaciones del ciudadano demócrata, y lo achaca a posiciones burguesas o anarquistas-; o adoptar posturas de realismo político que ven la práctica política como un conjunto de soluciones técnicas no necesariamente opuestas a la ética, pero en la que esta no tiene por qué participar (es interesante cómo compara la ética personal frente a la colectiva en algunos casos, o cómo muchos países practican este realismo político en su política internacional pero no en la nacional, con su pueblo aceptándolo sin problemas). El punto medio, afirmar ambas cosas a la vez, es finalmente vivido por el protagonista que lo intenta como una imposibilidad trágica, o como un drama moral…

(vía)

Ética y Política es un libro excelentemente escrito, claramente expositivo, con cierto carácter divulgativo que efectúa un repaso a las políticas y pensamientos que durante los siglos XVIII y XIX cambiaron los regímenes políticos en busca de edificios más justos, que disecciona las éticas individuales y colectivas, la relación entre ellas, y por qué determinados movimientos políticoeconómicos, antes filosóficos, los impusieron. Contiene capítulos magníficos para explicar por ejemplo en un contexto histórico (la Ilustración) el desarrollo de las soluciones técnicas de la división de poderes como herramienta para que el ejercicio político fuese más justo, o la necesidad de convertir al ciudadano en soberano (y su participación continua) para que una democracia sea digna de ese nombre, mostrando a la vez cómo concepciones directamente políticas o la potenciación de la moral individual pueden contribuir a un mundo mejor. O por ejemplo la evolución de la participación individual en la política en fases revolucionarias, democráticas o dictatoriales. El libro pasa por Marx, Hegel, Montesquieu, Rousseau o Sartre, como figuras que estudiaron o propusieron concepciones que implicaban una visión determinada de la ética en la práctica política.

Recuerdo mucho a Aranguren de sus múltiples apariciones mediáticas durante los años ochenta. Su historia era polémica porque pasó de intelectual falangista y cristiano a catedrático que protestaba contra el régimen, y a figura de la democracia y la filosofía en la transición. Tuvo en su día que dejar su cátedra, pero vivió un gran reconocimiento en sus últimos años. Este libro, que he disfrutado pero no subrayado como habría querido (porque no es mío) tiene más virtudes académicas que realmente algo que pudiera llamar pensamiento propio. Aranguren es claramente no marxista (los argumentos dedicados a su ética colectiva son contundentes), utiliza elementos cristianos en algunos argumentos pero sin subrayar su preeminencia, y defiende lo que hoy llamaríamos empoderamiento del ciudadano individual para apuntalar una política más justa y verazmente democrática. Ninguna de estas ideas es especialmente original o distinta, creo, pero su expresión y desarrollo son adecuados también para nuestros tiempos.

José Luis López Aranguren, por Jesús Ciscar (vía)

8 de diciembre de 2015

Lobo


Qué bonita es Colmillo Blanco, la breve novela tan exitosa de Jack London, en la que cuenta la vida de un lobo desde que sus padres se conocen en una hambruna en el Yukon hasta que es domesticado en una casa de buena familia en California. Y eso que en el fondo la podemos considerar una novela de tesis, un canto a la civilización y sus valores (aquellos que se denuestan hasta que faltan) y una excelente dramatización de la necesidad de dominar la naturaleza mediante la inteligencia para la supervivencia, un discurso propio del positivismo científico del cambio de siglo (XIX-XX), que hoy está en obvia reconsideración por la situación medioambiental. Fue casi compulsivo comprobar tras los primeros capítulos que en efecto la propia infancia y juventud de Jack London fueron un viaje hacia su propia doma como individuo.

Adaptación de Colmillo Blanco de 1991, por Randal Kleiser, con Ethan Hawke (vía)

Jack London consigue un extraño equilibrio con el punto de vista en la novela. Su protagonista es un animal inteligente que aprende del entorno, que califica con sencillez primitiva los elementos que lo conforman, y que actúa de acuerdo a su instinto y su ansia de vivir. Pero a pesar de la cercanía a este protagonista, para el que London utiliza frases simples y directas que encadena con un ritmo endiablado lleno de experiencias sensoriales y conexiones psicológicas directas, el lenguaje es humano, y la atribución de cualidades humanas se realiza desde un narrador que a veces recuerda que habla de un animal que no puede entender todo. Hay también un retrato directo de la sociedad norteamericana de la época; una sociedad en la que London alterna justicia y crueldad como modelos de educación hacia la criatura, entre los que esta debe decidir en su búsqueda del mejor camino.

No hay aventura sin sentido moral, decía Fernando Savater en su libro, y Colmillo blanco encaja bien en esa descripción. Aunque por encima de estas consideraciones, el entusiasmo narrativo del autor, la connivencia con la psicología pura y salvaje de su protagonista, y la inmersión profunda en el entorno natural despiertan en el lector de London el mecanismo de identificación con una eficacia que no recordaba hacía tiempo. Este es un libro maravilloso.

Jack London (vía)



29 de noviembre de 2015

Sentido y sensibilidad


Este breve y fascinante volumen escrito por el neurobiólogo vegetal Stefano Mancuso en compañía de la periodista científica Alessandra Viola promete lo que dice su título: explicar las muestras de sensibilidad e inteligencia que exhiben las plantas a partir del trabajo reconocido de múltiples científicos. Mancuso y Viola además reivindican el reino vegetal, comparan de continuo sus capacidades con los animales en general y el hombre en particular, y gustan de mostrar las increíbles habilidades evolucionadas de las plantas, sus estrategias y artimañas, y desdeña el habitual desprecio que los humanos sienten hacia seres que simplemente parecen estáticos y sin alma.

No necesita demasiada explicación la razón de este desprecio, basado en fundamentos filosóficos desde que Aristóteles escribió que no existía precisamente un alma vegetal, y que el Renacimiento ratificara que las plantas son y viven, pero no sienten ni razonan. Hasta que Darwin empezó a cambiarlo todo. Una simple mirada al universo vegetal como la que ofrece resumida este libro resulta asombrosa: no son sólo más del 99,5% de la biomasa del planeta, tienen muchos más sentidos desarrollados que nosotros, se comunican interna y externamente, toman decisiones inteligentes según las circunstancias, o son los organismos capaces de transformar la energía del Sol en nutrientes y combustibles, sino que además su estructura evolucionada –ausente de órganos que realizan funciones únicas, pero con todas esas funciones repartidas en todo su organismo, como si fueran colmenas más que individuos- es ahora reivindicada como cercana a –y posiblemente modelo de- los sistemas distribuidos de energía, comunicaciones o decisiones. Ventajas supongo de llevar muchos más años jugando a la evolución. El libro no lo menciona, pero en el campo de la biomimética son lógicamente fuente de inspiración.


Hay ideas inquietantes en este libro: los humanos necesitamos a las plantas, pero ellas a nosotros no (aunque actualmente desde luego muchas necesitan a los animales). Las plantas, con su extraordinaria capacidad de evolución y búsqueda de supervivencia de sus especies, bien pueden haber seducido a la especie aparentemente dominante en la Tierra –el hombre- con el objetivo de que las protejan y expandan por toda la tierra; una seducción que han practicado con otros animales. O el tremendo conflicto ético que supone que si las plantas razonan, duermen, toman decisiones, se comunican y tienen sentidos, tal vez también deban tener derechos, y quién sabe si uno de los argumentos de la alimentación vegetariana se derrumbaría.

Ha sido difícil durante esta lectura no pensar en algunas películas que han fabulado sobre la inteligencia vegetal como seres razonables que podían convertirse en una posible amenaza hacia los humanos. En las versiones de La Cosa dirigidas por Christian Nyby y John Carpenter, una planta asesina procedente del espacio diezmaba a un grupo aislado en el polo. En El Incidente, las plantas se defendían de la especie humana emitiendo sustancias indetectables que hacían suicidarse a los humanos cuando estos estaban en grupos grandes y por tanto podían tomar decisiones que amenazaran al planeta. M. Night Shyamalan en este film desde luego parece haber leído varias de las conclusiones de los trabajos en que se basa este libro, aunque Mancuso posiblemente negaría esta visión: parece optar porque son más los beneficios que las plantas –o muchas de ellas al menos- ven en su relación con los humanos que lo contrario. Pero, si no fuera así…


A pesar de la brevedad, el libro es tal vez demasiado beligerante por repetición contra los humanos por su desconsideración histórica hacia el reino vegetal, lastrando en ocasiones la lectura de las maravillas científicas que narra. La disposición metodológica de los conocimientos es también interesante, con un aumento continuado en el estudio de capacidades cada vez superiores hasta llegar a la inteligencia; es también humilde en reconocer que falta aún mucho por estudiar y averiguar sobre cómo las plantas viven y se desarrollan. Dotado de bibliografía no muy abundante pero bien razonada y recogida, y de sencillos dibujos explicativos de los fenómenos explicados, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal transmite bien la pasión por su tema de estudio y se lee con gran placer.

Stefano Mancuso (vía)

Publicación original: Factor crítico.

19 de noviembre de 2015

1860. Capítulo 1


Hace poco leí un artículo sobre el fascinante proyecto literario de Patrick Deville, contar en doce novelas la historia del mundo desde su conexión globalizada en 1860, y no pude evitar sentir el cosquilleo de los grandes proyectos literarios a seguir. Bueno, el cosquilleo que normalmente sienten otros lectores, que yo no suelo caer en trilogías nórdicas noir, largos cuentos de sado soft, o frescos medievales de brutalidad postmo. En realidad, creo que el picor arreció porque el proyecto está en marcha, porque hay un evidente aliento proustiano en el mismo –aunque muchas diferencias con el muchacho que apenas salía de Balbec-, y porque las conexiones y paralelismos históricos siempre me han interesado. La decisión está tomada: leer las novelas en el orden en que el escritor las ha ido publicando, leerlas en castellano, hacerlo necesariamente con ejemplares de biblioteca, empezar ya y esperar varios meses entre volúmenes. El orden de las ediciones, la existencia de traducciones, y que las bibliotecas se comporten son las barreras a superar.

Me pongo normas porque el lector tiene derechos, y porque me parece adecuado hacerlo ya que Deville tiene las suyas propias: las doce novelas parten de 1860 y acaban en la actualidad (bueno, no es del todo exacto en Pura vida), todas narran una exploración, un avance científico, una conquista o un suceso de los que cambian la historia (esto sí), todo lo escrito en ellas es verdad (vale), y las seis primeras novelas viajan de Oeste a Este, mientras que las seis últimas lo harán al revés (a mí me parece que la primera viaja más del norte al sur, aunque puede ser discutible). En fin, que con estas condiciones yo también podré saltarme mis propias reglas, ahí, innovando tope.

William Walker (vía)

1860 es el año de la muerte de William Walker, a quien la mayoría recordamos con los rasgos de Ed Harris, que fue un señor norteamericano que llegó a presidente de Nicaragua, y cuyas campañas en Centroamérica son uno de los muchos motivos del histórico odio a los Estados Unidos existente en la región. Su revolución particular ocurre en lugares no alejados de la que luego intentara protagonizar Sandino y que Somoza padre cercenara en cuanto tuvo ocasión. Aunque décadas más tarde las tornas cambiaran y el sandinismo de Ortega y Borge tuviera su oportunidad frente a Somoza hijo. Pura vida tiene un desarrollo importante en 1997, cuando Deville visita a varios protagonistas del momento nicaragüense, justo cuando el corrupto Arnoldo Alemán ganó las elecciones a los sandinistas, que ya llevaban años fuera del poder tras aceptar que hubiera elecciones democráticas. Claro que la revolución sandinista no hubiera existido sin el apoyo de Cuba, que también tuvo su revolución, con uno de sus líderes pretendiendo una unión de latinoamericanos que también buscó el libertador Simón Bolívar (de quien Deville recuerda su derrotista y agotado  quien sirve a la revolución ara en el mar), quien fue presidente de varios países, algo a lo que William Walker no hacía ascos.

La apasionante circularidad de la Historia, la historia interminable de las revoluciones en Latinoamérica, que recuerdan a las veintiocho de ellas que lideró el coronel Aureliano Buendía –sin ganar ninguna-, los personajes inconmensurables, héroes y antihéroes,  como Francisco Morazán (que fue presidente de cuatro países, incluyendo una unión efímera de todos los estados de Centroamérica), Narciso López (que intentó descolonizar Cuba cinco veces), o el Che .50, que… bueno esto sería un sin parar, no tiene sentido nombrar todas las puertas que abre este texto rico en conexiones, vidas y desvelos. A estas historias de la Historia se le une el episodio del propio Deville en los dos  principales escenarios de los hechos directos en la vida y muerte de William Walker, Nicaragua y Honduras, donde muestra los resortes de un trabajo que es investigación pero también experiencia, acercándose al nuevo periodismo y a la no ficción, pero narrando una mixtura temporal de carácter exclusivamente novelesco, de cierta mirada evasiva, al que los hechos superan por su propia aparatosidad y grandilocuencia, dejando al hombre concreto relegado al papel, hoy, de espectador, en el fondo, de la propia especie a que pertenece.

El siguiente episodio sigue a Brazza por África.

No, no voy a abrir un blog nuevo, seguiremos informando en éste.

Patrick Deville (vía)


8 de noviembre de 2015

En la fiesta


Una pegatina en la portada de Un lugar equivocado, del autor flamenco Brecht Evens, indica que este cómic ganó el Premio de la audacia del Festival de Angouleme en 2011, cuando su autor tenía 25 años. El libro apenas tiene historia: tres capítulos centrados cada uno en una fiesta distinta, donde el protagonista principal, por su ausencia o por su presencia, es Robbie, un joven popular al que todos quieren y desean y que es el aparente líder del hedonismo de los jóvenes en la ciudad sin nombre donde sucede la acción.

Robbie, él.

La primera parte es directamente magnífica: en una casa, una fiesta se ve frustrada por la esperada aparición de Robbie que finalmente no sucede; los personajes se reúnen en conjunto o por grupos e intentan hablar y divertirse pero no lo consiguen ante la ominosa ausencia de quien les concede el deseo y la risa, quien es además su único motivo de conversación y de celebración. Gran parte de la fascinación la produce el dibujo, realizado aparentemente en acuarela y sin lápiz, directamente sobre el papel, y con capas añadidas de pintura al agua cuando es necesario. En este primer episodio la técnica sorprende porque además se ajusta excelentemente a los sentimientos de los personajes, dibujándolos como sombras aisladas en sus sillas o apoyados en la cocina, sobre fondos blancos que reflejan un hieratismo doliente, con un expresionismo sin duda exagerado por la exacerbación de una pasión estúpida, pero resuelto con pulso… Con la aparición de Robbie, en la segunda parte, la pintura a la acuarela alcanza una exuberancia feroz: Robbie vive en las fiestas, y en ellas, en la noche, con la música y el alcohol, los cuerpos se mezclan y desdibujan, el cuadro y la viñeta se llenan, y las sombras de colores de agua inundan casi literalmente al espectador. Robbie no resulta desde luego tan excepcional, no se diría que Evens nos ha preparado un joven de grandes cualidades, sino más bien alguien caído en gracia, alguien que sin explicación, como si llevara un perfume esencia de trece mujeres, recoge el amor incondicional de los que le rodean, sin en realidad merecerlo demasiado. Aquellos a los que otorga sus favores, eso sí, son pura felicidad. Del propio Robbie y su pensamiento, en realidad, tampoco llegamos a saber nada.

Las fiestas sin Robbie no son lo mismo...

Estas segunda y tercera parte, no obstante, son historias menos interesantes, posiblemente porque Robbie no puede llenar el hueco que todos creen que deja. El lector siente una ligera decepción por ello, pero no estoy seguro del todo de si esta es la sensación que el autor deseaba con su final abierto y repentino –hasta la siguiente fiesta, entiendo-, acorde con el regusto que el hedonismo juvenil estándar deja.

Pero lo inolvidable del cómic es sin duda la maestría continuada en el impresionante conjunto de expresivas acuarelas que en algunos casos ha debido suponer un trabajo inmenso. Algunas resoluciones visuales son estupendas, como la escena de sexo. También hay acuarelas en blanco y negro para la visión de personajes cuya mirada a la fiesta no puede alcanzar la de Robbie y sus elegidos. Sí, pensar ahora en una fiesta en la que no esté Robbie es algo que se me hace cuesta arriba…

Brecht Evens (vía)

28 de octubre de 2015

Burgos, 1936.


Inquietud en el paraíso es la primera novela de una trilogía que muchas veces me han recomendado los insignes Von Patata y Soy Ignatius (¡qué le voy a hacer si mis amigos escogen nombres así para sus cuentas de twitter!). Escrita por Oscar Esquivias, autor burgalés que tiene una cuenta de twitter más normalita, la novela transcurre en Burgos durante el verano de 1936: el cura penitenciario de la Catedral proclama su intención de viajar al Purgatorio, como según él hizo Dante, a través en su caso de una puerta determinada de la Catedral de Burgos, y, debido a los avatares políticos de la ciudad en aquel verano de proclamación de guerra, consigue inesperadamente los permisos para ello en un clima de exaltación religiosa y patriótica.

El camino al Purgatorio (vía)

Las reseñas cuentan que la trilogía es un viaje similar al de Dante en La Divina Comedia, pero ejecutado al revés. El Paraíso del que partimos es la ciudad de Burgos, que se suma gozosa y casi unánime al alzamiento. El Paraíso es un sitio alegre, casi vodevilesco, donde en una armonía costumbrista pero un tanto azconiana conviven curas, militares, familias de bien, campesinos, artistas, proletarios, pobres y prostitutas, y donde la conspiración va poco a poco organizándose en una de sus plazas fundamentales. La historia resulta muy coral, pero el tono irónico del sainete social representado, con algunos momentos brillantes y muy divertidos, usado para retratar el momento terrible que vivía España, me recuerdan inevitablemente al libro de Eduardo Mendoza sobre la vida en Madrid antes de la Guerra Civil, Riña de gatos. Madrid 1936, publicada cinco años más tarde que Inquietud en el Paraíso, donde también aparecen algunos personajes relevantes de la situación, como Emilio Mola o José María Albiñana. Esta además cuenta con un último capítulo en que el Paraíso se está abandonando con claridad, algo que Mendoza se ahorraba en su libro.

Mola dando saltitos delante de Franco (vía)

Esquivias utiliza personajes históricos de la ciudad para su trama, retorciendo los hechos, moviendo las fechas, y ficcionando las situaciones cuando era necesario (y lo explica en una breve nota al respecto) para sus fines dramáticos. Su punto de partida, el posible viaje al Purgatorio de un emprendedor cura visionario, marca los límites en que trabaja: usar/diseñar personajes de ideas o comportamientos estrafalarios que alrededor de la seriedad de la situación política global ayudan a mostrar el ridículo al ser descritas sin reales diferencias con aquellas de los personajes en principio más cuerdos, y que obviamente en gran parte no lo están. El tono se abandona como digo en el terrible capítulo final, donde las elipsis resultan demoledoras a la hora de terminar muchas de las historias ramificadas del libro. La metáfora entre el viaje de Dante por los infiernos y el emprendido por España en los peores años de su historia se vislumbra rápido, pero es efectiva, y, desde luego, me atemoriza ante lo que queda por leer en los siguientes volúmenes.

Aunque la novela es coral, hay un personaje que lleva el punto de vista general del espectador. Se trata de un seminarista interesado por la música y ayudante del penitenciario de la Catedral, se llama Rodrigo Gorostiza y es un chaval homosexual que se acepta a sí mismo sin problemas ni traumas, aunque conoce el mundo en que vive y obviamente no practica. Pero su edad, su capacidad de asombro y aprendizaje, y su sentido de la justicia, le convierten en lo más parecido a un héroe del libro. Esquivias ejecuta este atrevimiento (un perfil de personaje un tanto difícil de creer en aquellos tiempos, pero al que todo el mundo acompañaría al Purgatorio o donde hiciera falta), y yo le veo una dimensión política que no puedo sino aplaudir, como guinda de un pastel magnífico y muy recomendable.

¡Gracias Von Patata por prestarme el ejemplar! ¡Se merece usted moderar una envejecida lista de email!

Oscar Esquivias, en su cuenta de twitter

18 de octubre de 2015

Lo que hay que tener


¡Qué excelentemente construye, reparte y distribuye Tom Wolfe sus frases tipo a lo largo de Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener). Ese subtítulo tan aparentemente provocador intenta traducir de manera literal el The Right Stuff, que a mí me parece menos procaz pero que los diccionarios de slang confirman que es… lo que hay que tener, en efecto. Lo que hay que tener es la principal de esas frases tipo. En un momento determinado del libro, Wolfe usa la expresión para definir a sus protagonistas, dentro de un dinamismo narrativo feroz y una abrumadora sucesión de descripciones, que en este caso reflejan el carácter y las condiciones físicas y mentales que atesoraban los primeros pilotos que accedieron al programa Mercury, el primer programa espacial de la NASA. Otras expresiones son la Bestia Victoriana (para definir a la prensa), el combate singular (para definir el carácter que el país daba a la carrera espacial en lucha con los soviéticos), quedarse atrás (para concretar el momento en que un piloto no resulta elegido para el siguiente programa ambicioso de vuelos), el planificador jefe (es decir, el misterioso ingeniero que llevaba los designios de Spectra… digoooo, de lo que fuera que dirigía a los cosmonautas los soviéticos y que tanto disgusto le daba a la NASA), y hay un largo etcétera… La repetición acumulativa de términos (según avanzan los capítulos el número de expresiones aumenta y estas se acumulan) crea más y más tensión alrededor del hecho narrado. Funciona excelentemente aunque aumente un tanto artificialmente las páginas de libro, que cuentan varias veces lo mismo... Aunque es un artificio literario divertidísimo.

Elegidos para la gloria cuenta la historia del programa Mercury, centrándose especialmente en las vidas de los pilotos que participaron en él, el más famoso de los cuales siempre fue John Glenn. La historia de estos hombres singulares, la mayoría de los cuales eran pilotos de la armada procedentes de la tradición de los portaaviones que ganaron una guerra mundial, dotados de una gran ambición y un código particular de conducta ante el mando, ante sus mujeres y ante la sociedad, permite a Wolfe definir personajes y situaciones de género (cercanas al western, al bélico, al género de espías, pero también al costumbrismo de finales de los cincuenta), y, lo que pienso que más le interesa, dar forma a un entendimiento del concepto un tanto absurdo de virilidad que define a una sociedad competitiva.

John Glenn durante el proyecto Mercury (vía) y Ed Harris en la película de Philipp Kaufman que adaptó el libro en 1983

Publicado en 1979, Elegidos para la gloria es Nuevo Periodismo pero no un libro de la primera época del movimiento, en la que Wolfe participó desde los años sesenta. Wolfe no se incluye a sí mismo en la trama de ninguna manera; su presencia es menor que la de Truman Capote en A sangre fría, el libro gran referente del movimiento, aunque tal vez nos influya saber el efecto personal que la historia tuvo en Capote. Obviamente, no tiene nada que ver con la casi literatura del yo que practican en tiempos modernos Javier Cercas o Emmanuel Carrère, quienes curiosamente han variado el centro de su género literario de la ficción a la no ficción, justo al revés que Wolfe.

Pero como siempre el mensaje se cuela en el medio y en el estilo. Wolfe es un intelectual culto, al que sabemos físicamente enclenque, que actúa de reportero incisivo con modos de novelista en el retrato de hombres de riesgo aventurados, que tienen Lo que hay que tener, desde sus detalles íntimos hasta sus grandes apoteosis políticas. A ellos les dedica una narración  con momentos de genialidad, profundamente intensa y con sentido del drama, que retuerce la documentación para transformarla en una constante progresión de situaciones desmitificadas, a veces patéticas, en las que su mirada simula (aunque no del todo)  admiración rebozada de ironía suprema en el retrato de una nación en un momento histórico concreto. Recuerden: nuestros cohetes siempre explotan.

Tom Wolfe en 1979, año de publicación del libro, por Tony Castro (vía)

¡Muchas gracias al Lector Constante por dejarme el libro!


8 de octubre de 2015

Trastos y recuerdos


Al lector casual de Wislawa Szymborska le puede haber pasado el plantearse determinadas preguntas a la lectura de su poesía racional, limpia, de observación ingenua pero lúcida: ¿cómo es posible una poeta así nacida en Polonia en 1923, considerando la historia que le tocó vivir? Esta pregunta podía ir a mayor detalle: ¿dónde está el holocausto? ¿Dónde el socialismo real? ¿Por qué no existe el compromiso de los grandes temas que asociamos a los artistas e intelectuales, al menos en los tiempos convulsos de la historia?

Trastos, recuerdos es una biografía un tanto atípica, al menos en las posibilidades de su concepción. Realizada con admiración hacia la biografiada, muestra su proceso desde su propio título, sacado de un verso del poema que la poeta escribió sobre la presentación de currículos laborales. El libro está escrito en una primera fase por sus dos autoras de espaldas a la poeta y basándose en un escrutinio pormenorizado de sus textos (especialmente de las Lecturas no obligatorias) para contrastar datos y obtener información de sus gustos y temores incluso desde su infancia. Szymborska, que no estaba interesada en que se realizar un trabajo biográfico sobre ella, acabó ayudando a las autoras al reconocer el esfuerzo realizado y viendo que una vez concedido el Nobel un libro así se acabaría escribiendo. Las preguntas difíciles comentadas quedan respondidas: admite haber escrito poemas que tenían que ver con el holocausto, pero que su resultado no le gustó. Y vivió el peso de la ideología del estalinismo, del cual escribió textos elogiosos durante su juventud, para irse desencantando, separándose de la línea oficial, salir del partido y acabar siendo investigada por el régimen. Szymborska fue una niña bien, hija de un político nacionalista polaco, que se salvó de los peores designios de la guerra en uno de sus mayores infiernos urbanos, Cracovia, y que después malvivió gracias a su colaboración en edición de revistas y con la publicación de reseñas y poemarios, relacionándose con los círculos literarios de su ciudad, en los que tejió una red de amigos que sobrevivieron a la guerra y al régimen comunista con escapismo irónico. Szymborska no estaba fuera de su mundo, pero los resultados de su inexperiencia política le dejaron muy defraudada –su comentario sobre que las personas que no saben de política están a la merced de cualquier voz externa es muy revelador- y nunca volvió a realizar compromisos públicos con causas generales, aunque sí defendió a artistas e intelectuales individuales. Fue jefa de sección de poesía de una revista literaria que tuvo que abandonar al devolver el carnet del partido comunista, se vio obligada a vivir en un ‘cajón’ inmobiliario, redactaba sus poemas con extremo cuidado, trabajo y paciencia, durante cuatro décadas escribió sus reseñas literarias de libros inesperados… y en 1996 ganó un Premio Nobel que la abrió al mundo y le dio un giro completo a su vida.

Szimborska y un mono

El libro sigue una cronología de su vida, pero no tiene una intención descriptiva o detallista en ese seguimiento. Establece capítulos que son etapas también emotivas de una vida, incluidos los viajes, las parejas que tuvo, o los antecedentes literarios de su familia. No se detiene en descripciones sociales ni familiares exhaustivas, y prefiere que los propios textos de Szymborska hablen por la historia que quiere contar. El texto adquiere a veces rasgos de aventura ante la dificultad de conseguir algunos datos, o la referencia de comunicaciones que las autoras solicitaron a allegados y conocidos de Szymborska. El resultado es también un libro sentimental, que crea conexión del lector hacia la biografiada, captando con aparente ligereza el modo de pensar y de ser de la premio Nobel, y que contiene incluso episodios humorísticos, entre los cuales destaca por incluso hilarante el capítulo de su relación laboral con el joven secretario que contrató para gestionar las relaciones profesionales tras el premio.

Hoy es difícil recomendar leer poesía, pero Wislawa Szymborska suele ser una garantía de éxito entre lectores que se han alejado de los poemas, si es que alguna vez los leyeron. La inclusión de algunos poemas en el libro es también una introducción a quien pueda tener una primera aventura en la obra de Szymborska. Además, la biografía incluye sorpresas a añadir al bagaje que cada cual pueda tener de Szymborska, que en las ediciones que ha tenido en España son las poesías y las reseñas literarias. En este libro se descubren algunas maravillas: están los “liméricos”, composiciones humorísticas de sólo cinco versos que deben centrarse en una ciudad (como Limerick) para un ripio breve y a poder ser pícaro. Szymborska lo practicaba mucho para amenizar los interminables viajes por carretera cuando visitaba otros países sobre todo del este de Europa. También están sus collages, realizados en postales personalizadas que enviaba de continuo a sus amigos y colaboradores cercanos, que apelaban al sentido del humor personal del receptor. El “Correo Literario” que escribía en una columna apartada de su revista literaria, donde respondía con recomendaciones irónicas y pensamientos divergentes a los poemas o comentarios que los lectores enviaban a las revistas. O sus rifas de objetos estrafalarios y olvidados de ferias con los que agasajaba a los amigos que la visitaban… Un catálogo de pequeñas acciones en diferentes ámbitos de la vida que retratan a su autora de una manera que los lectores de sus poemas pueden reconocer bien. Varias de esas postales y una buena cantidad de fotos, en las que invariablemente Szymborska sonríe de continuo, se incluyen en un libro de lectura sugerente, dinámico y completo.


Wislawa Szymborska fotografiada por Juan de Vojnikov (vía)

Publicación original: Factor Crítico.



29 de septiembre de 2015

Magia razonable


Durante la lectura de Brazil, mi primer libro de John Updike… ¿He echado de menos a algún practicante verdadero del realismo mágico, lógicamente sudamericano al ambientarse el libro allí? Tal vez no necesariamente, pero quizás sí a alguien que no procediera de una tradición tan racional, al menos. Mi tentación es añadir que Updike es incluso paternalista, desde el mismo título incluso.

Brazil es la historia de amor de una pareja tópica en la historia de la literatura: la rica heredera blanca, hija de un ministro en este caso, y el joven pobre negro de las favelas de Río inician un amor imposible, lleno de huidas y persecuciones varias que les llevan por todo Brasil (de Río a Sao Paulo, Brasilia, Amazonas, y de vuelta), hasta que a mitad de relato, el hecho mágico –cuya idea es muy brillante- sucede, se revela, y se impone en el relato. Pero… la asunción por Updike de su propuesta de magia es externa, no la hace propia. Updike la explica, le pone un contorno obvio, no parece sentirla como autor. Como lector, viví esto como una ruptura en cierto modo inasumible, un acto de cobardía literaria, conociendo otros ejemplos de maestría en casos similares, y que tan bien manejaron esta situación.


Por eso pienso en Gabriel García Márquez, o en Alejo Carpentier. Incluso en Mario Vargas Llosa, que tiene su propia novela sobre Brasil (la fascinante La guerra del fin del mundo), aunque no es un escritor tan dado al realismo mágico, pero más agudo al recoger voces y comprender las facetas del hombre en su continente. ¿Significa esto que Sudamérica es impenetrable para otras tradiciones literarias? ¿Que propongo que sólo los autores que saben de lo suyo están capacitados para escribir sobre ello sin resbalar? No, ahí está Werner Herzog y su estupendo Conquista de lo inútil. Significa más bien que Updike ha desnaturalizado un tanto la fascinación de estos relatos a cambio de dar masticadas las debidas sensaciones al lector, y entendiendo que su lector natural es de otras latitudes, creo que puede pensarse que Updike fracasa en su intento de traslado de la alucinación mágica tropical al lector del rico norte, o, incluso, que conceptualmente desprecia a ese lector.

Resulta también sorprendente que Updike incluya al final del libro una especie de bibliografía de la que se ha servido para el libro. Que los protagonistas se llamaran Tristao e Isabel hacía obvio, dada la historia narrada, que había usado la historia de Tristán e Isolda para el eje central de la historia. Aun así lo menciona. También dos o tres libros en que dice haberse basado e informado, así como la literatura de varios escritores brasileños. Que con todo ello escriba y publique una novela titulada nada menos como un país distinto al suyo es reflejo de una ambición no conseguida y pobremente trabajada. Eso sí, el ritmo narrativo, la ejecución dramática, incluso el fluido inglés original, funcionan bien, y por ello creo que le daré una oportunidad a algún Conejo. Siempre que trabaje en lo suyo, je, imagino que esta gloria de las letras puede merecerlo…

John Updike (vía)

18 de septiembre de 2015

Siempre el viento



La lectura de Letricidio Español. Censura y novela durante el franquismo (de Fernando Larraz) fue una puerta a novelas de autores que conocía pero apenas había leído. Uno es Ignacio Aldecoa, del que pude comprar en un rastro una edición de 1962 de su exitoso Con el viento solano, una novela que figura entre las censuradas con varias tachaduras en el excelente informe de Fernando Larraz. La edición que he leído es por tanto mutilada, porque según Larraz esta novela no ha conocido aún una edición que recupere su versión previa a los censores.

Como La parranda, el libro del escritor Eduardo Blanco-Amor al que tanto reivindicaba también Fernando Larraz, Con el viento solano se inicia con una gran borrachera entre hombres sin recursos, y apenas futuro, del campo español. El protagonista es ahora Sebastián Vázquez, un gitano de Talavera que mata a un Guardia Civil que le perseguía tras haber tenido una pelea en un bar por un mal beber. Durante una semana, Sebastián deambula por pueblos castellanos y se llega a Madrid, visita amigos, se encuentra con personas que le ayudan, y sobre todo intenta ver a su madre pronto para poder despedirse de ella porque sabe cuál es su destino y futuro.

La versión cinematográfica fue escrita también por Ignacio Aldecoa y dirigida por Mario Camus en 1966

Con el viento solano, un libro de 1955, no es una novela tan tremendista como las de una década antes, pero sí tiene un poso importante de miserabilismo español, además de un lenguaje realista (cuyas expresiones malsonantes figuran entre las tachadas por los censores, además de aquellas consideradas contrarias a la Guardia Civil), y una dicotomía entre el lacerante pesimismo determinista de quien conoce las consecuencias seguras de sus actos, por arrepentido que pueda llegar a estar, y el humanismo presente en la generosidad de las figuras que Sebastián encuentra en el camino, encerrando en ello un discurso sutil sobre la naturaleza del hombre y sus relaciones.

Aldecoa estructura el relato en seis capítulos, con cierta simetría entre ellos (cada uno tiene un despertar y un acostarse, suele tener uno o dos encuentros significativos) y en el conjunto del relato (que empieza con una borrachera y tras días de sobriedad acaba con otra). El realismo del lenguaje es tal vez más forzado que el de otros colegas de generación: Aldecoa domina sintaxis y vocabulario, pero tal vez tiene menos fluidez que un Delibes por ejemplo, o tal vez resulte de mucho peso el psicologismo en la mente de Sebastián para un personaje así. Uno está tentado de ver al brillante chico de ciudad universitario retratando con profundidad y lucidez las miserias de los desamparados, pero tal vez faltándole la comprensión íntima del mismo, que me resulta más urbana, por así decir, de lo debido. La novela no obstante se lee con el placer de voces ya olvidadas en nuestros diálogos y expresiones, y atesora momentos de sensualidad inesperada. Curiosamente, es la segunda novela de un díptico que completa El fulgor y la sangre, la historia de las mujeres de los guardias civiles que esperan encerradas en el cuartel conocer quién es el guardia que ha muerto tiroteado por Sebastián. Un experimento literario curioso cuya lectura intentaré completar, aunque parece que no biblioteca mediante: en Bilbao los ejemplares no están disponibles, aparentemente por mal estado.

Ignacio Aldecoa (vía)



8 de septiembre de 2015

Mala ciencia


A riesgo de sonar pomposo, y a pesar de que las formas de Ben Goldacre, autor de Mala ciencia, no me parecen siempre las mejores, este es uno de esos libros que podríamos considerar necesarios. Esa necesidad está en lo concreto de su subtítulo: No te dejes engañar por curanderos, charlatanes y otros farsantes. ¿Por qué es necesario? Para mí el primer motivo es que el desconocimiento del método científico y del alcance de la ciencia nos hace ignorantes, lo cual resulta impresentable en un mundo marcado por la ciencia y la tecnología (y esto es algo más que tener móviles y aviones, claro). Goldacre habla además de continuo de que esta ignorancia tiene consecuencias concretas, y se refiere a decisiones que afectan a la vida de las personas.

Goldacre se centra sobre todo en los grandes negocios relacionados con la salud, alrededor de la cual se publican la gran mayoría de artículos científicos de alcance general. Habla y desacredita con ejemplos bibliográficos abundantes los resultados de los productos que la homeopatía y el nutricionismo hacen llegar al público general. También denuncia la incultura científica pretenciosa e interesada de los medios de comunicación. Pero tal vez el mejor logro del libro es partir de la perversión del método científico y de la presentación e interpretación de resultados del mismo que hacen estas pseudociencias para que el lector lego en ciencia pero abrumado por los medios pueda además conocer cuáles son los errores de la medicina y la farmacéutica oficiales, a los que Goldacre pone también en cuestión porque demasiado a menudo se apartan también del rigor del método científico en favor de intereses económicos. Trabaja así también incluso una línea narrativa en un libro de divulgación que resulta interesante en cuanto línea metodológica en sí misma.

Rhustox original (vía)

El libro es resultado de un trabajo de varios años de Goldacre desenmascarando resultados pretendidamente científicos publicados sobre todo en los medios británicos y norteamericanos. Goldacre no sólo ha estudiado en cada caso los fundamentos científicos (encontrando el vacío muy a menudo), sino que también ha querido contactar con los protagonistas de los mismos y entender sus razones… Sucede que también ha publicado sobre ellos en su columna de The Guardian, y, claro, no ha ganado muchos amigos al hacerlo. En algunos casos su juicio es feroz, aunque siempre expone razones que, al menos en su versión, lo justifican. Esto, la ferocidad en el juicio, sin embargo a mí no me resulta relevante y en cierto modo puede ser poco eficaz, puesto que se acerca a la arrogancia que todas aquellas disciplinas que desconfían (y es alucinante que lo hagan) de la ciencia quieren ver en quien la defiende. También es cierto que el libro se resiente para un lector no anglosajón dado que esas figuras mediáticas sólo parecen conocidas en su ámbito, con algunas excepciones (en mi caso, creo que sólo el autor del artículo que relacionó en su día vacunas con autismo). Pero cada capítulo suele tener un brillante epílogo de conclusiones que está escrito con una moderación y un reconocimiento de méritos y deméritos que resulta edificante, que eleva a Ben Goldacre por encima del agotamiento propio que revela su retrato de cada farsante.

La ciencia parece jugar en una absurda inferioridad de condiciones en este debate. Frente a las acusaciones de arrogancia, la ciencia y su método por defecto son humildes y se basan en la duda sobre la ciencia anterior establecida y en la realización de nuevos experimentos que permitan provocar la realidad y comprobar sus respuestas para establecer conclusiones. Frente al elitismo del que se acusa a los científicos, estos saben que todas sus proposiciones sólo serán aceptables mientras no aparezca quien explique mejor sus resultados, y saben que eso le ha pasado a Newton o a Einstein, por lo que no deben hacerse muchas ilusiones; no sólo eso: la relación histórica entre desarrollo de la ciencia y el de las revoluciones liberales y las libertades democráticas es obvio y posiblemente indisociable: sin ciencia parece bastante convincente que viviríamos momentos más oscuros. Finalmente, frente al aburrimiento que la sociedad mediática atribuye incluso a la educación supuestamente especializada en ciencia, ésta aporta una descripción del mundo con herramientas elegantes y bellas cuyo disfrute estético está al alcance de cualquier interesado real en el tema. Yo diría que es absurdo pasar por este mundo y perdérselo.


Ben Goldacre, en la foto que pide en su web que usemos de él.